O comprendemos para liberarnos o pereceremos – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

La palabra muy autorizada, y reconocida internacionalmente, del Profesor Noam Chomsky [1] encontró, a sus noventa y dos años, un ámbito propicio en la Apertura de la Cumbre Inaugural de la Internacional Progresista (Septiembre 2020). Debo decir, con todo respeto, que su aguda mirada no puede evitar el sesgo que le impone su condición de persona perteneciente al mundo noratlántico. Ello no desvaloriza sus ideas, mantienen la corrosividad de siempre. No es justo ni posible exigirle que se convierta en un intelectual del mundo periférico. Digo esto para que podamos leerlo sabiendo que escapa a su temario todo aquello propio del mundo marginal.

Esto vale también para la importancia que pueda tener este Congreso que, como gran parte de las instituciones del Primer Mundo, aún con las mejores intenciones, no puede ser otra cosa que lo que permite realizar un ex-mundo satisfecho. Que además no asume el saqueo que posibilitó su actual deteriorado esplendor. Sin embargo, a pesar de lo dicho, no deja de ser importante leer lo que se dice en esos ámbitos, sobre todo cuando lo dicen personalidades rebeldes.  Le voy a proponer, amigo lector, una selección de párrafos del largo discurso del Profesor Chomsky, los subrayados son míos.

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Discurso de  Noam Chomsky

«Nos reunimos en un momento extraordinario, un momento que es, de hecho, único en la historia de la humanidad, un momento tanto de mal augurio y presagio y al mismo tiempo brillante de esperanzas por un futuro mejor. La Internacional Progresista tiene un papel crucial que desempeñar en determinar qué dirección tomará la historia. No sorprende que el resto del mundo esté preocupado, si no horrorizado. Sería difícil encontrar un comentarista más sobrio y respetado que Martin Wolf del Financial Times de Londres. Escribe que Occidente está enfrentando una grave crisis. Palabras fuertes, y ni siquiera se refiere a las grandes crisis que enfrenta la humanidad  [2].

Las manecillas del Reloj del Apocalipsis fueron establecidas poco después de que las bombas atómicas fueran usadas en un paroxismo de matanza innecesaria. Las manecillas han oscilado desde entonces, a medida que las circunstancias globales han evolucionado. El deterioro de la democracia encaja en este trío sombrío. La única esperanza de escapar de las dos amenazas de extinción es una democracia vibrante en la que ciudadanos preocupados e informados participen plenamente en la deliberación, la formación de políticas y la acción directa.

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Nada como esto ha ocurrido en la historia de la democracia parlamentaria a menudo problemática. Algunos eligen reírse de todo esto como si fuera el juego de un bufón. A su propio peligro, como muestra la historia. La supervivencia de la libertad no está garantizada por “barreras de pergamino”, advirtió James Madison [[3]]. Las palabras en papel no son suficientes. Está fundada en la expectativa de la buena voluntad y la decencia común. “En 2018, por primera vez en la historia moderna de los Estados Unidos, el capital ha tenido menos impuestos que el trabajo”: una victoria verdaderamente impresionante de la guerra de clases, llamada “libertad” en la doctrina hegemónica.

Cuando los científicos más prominentes nos advierten “Entren en Pánico”, no están siendo alarmistas. No hay tiempo que perder. Pocos están haciendo lo suficiente, y lo que es peor, el mundo está maldecido con líderes que no sólo rechazan tomar medidas suficientes sino que deliberadamente aceleran nuestro trayecto hacia el desastre. La maldad en la Casa Blanca está a la cabeza de esta monstruosa criminalidad.

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Las crisis a las que nos enfrentamos en este momento único de la historia son, por supuesto, internacionales. El desastre medioambiental, la guerra nuclear y la pandemia no tienen fronteras. Y de una manera menos transparente, lo mismo es verdad sobre el tercero de los demonios que amenazan la tierra y dirigen las manecillas del Reloj del Apocalipsis hacia la medianoche: el deterioro de la democracia. El carácter internacional de esta plaga se hace evidente cuando examinamos sus orígenes.

Las circunstancias varían, pero tienen algunas raíces comunes. Mucha de la maldad se remonta al asalto neoliberal lanzado con fuerza a la población mundial hace 40 años.

El carácter básico del asalto fue plasmado en los pronunciamientos iniciales de sus figuras más prominentes. Ronald Reagan declaró en su discurso inaugural que el gobierno es el problema, no la solución, lo que significa que habría que remover las decisiones de los gobiernos, que al menos parcialmente están bajo control público, y pasarlas al poder privado, que es completamente irresponsable al público, y cuya responsabilidad es el auto-enriquecimiento, como proclamó el economista Milton Friedman. La otra fue Margaret Thatcher, quien nos instruyó que no existe la sociedad, sólo un mercado en el cual las personas son arrojadas para sobrevivir lo mejor que puedan, sin organizaciones que les permitan defenderse contra sus estragos.

Sin darse cuenta, Thatcher estaba parafraseando a Marx, quien condenó a los gobernantes autocráticos de su época por convertir a la población en un “saco de papas”, indefenso ante el poder concentrado. Con una consistencia admirable, las administraciones Thatcher y Reagan se movieron rápidamente para destruir el movimiento obrero, el principal impedimento al duro dominio por parte de los amos de la economía. Al hacerlo, adoptaban los principios rectores del neoliberalismo de sus comienzos en la Viena de entreguerras, donde el fundador y santo patrono del movimiento, Ludwig von Mises, apenas pudo contener su alegría cuando el gobierno proto-fascista destruyó violentamente la vibrante socialdemocracia austriaca y los despreciables sindicatos de comercio que interferían con la economía sana al defender los derechos de los trabajadores. Como von Mises explicó en su clásico neoliberal de 1927 Liberalismo, cinco años después de que Mussolini iniciara su brutal mandato, “No puede negarse que el fascismo y movimientos similares que apuntan al establecimiento de dictaduras están llenos de las mejores intenciones y que su intervención ha salvado por el momento a la civilización europea. El mérito que el fascismo se ha ganado por sí mismo vivirá eternamente en la historia” – aunque sólo será temporal, nos aseguró. Los Camisas Negras se irán a casa después de haber terminado su buen trabajo.

Las consecuencias eran predecibles. Una fue la fuerte concentración de riqueza yuxtapuesta al estancamiento de gran parte de la población, reflejado en el campo político al socavar la democracia. El impacto en los Estados Unidos muestra con claridad lo que se podría esperar cuando el régimen de los negocios es prácticamente indiscutible. Tras 40 años, el 0.1 por ciento de la población tiene el 20 por ciento de la riqueza, el doble de lo que tenían cuando Reagan fue elegido. La remuneración de los directores ejecutivos se ha disparado, aumentando con ella la riqueza de la gerencia en general. Los salarios reales para los trabajadores masculinos que no están en puestos de supervisión han disminuido. Una mayoría de la población sobrevive de cheque en cheque, casi sin ahorros. Las instituciones financieras, en su mayoría depredadoras, han explotado en extensión. Ha habido repetidas crisis financieras, aumentando en gravedad, tras las cuales los perpetradores son rescatados por el amable contribuyente, pese a que eso es el menor de los subsidios estatales implícitos que reciben. El “mercado libre” condujo a la monopolización, con una reducción de la competencia y la innovación, ya que los fuertes tragaron a los débiles.

Mientras el asalto apenas estaba tomando forma, en 1978, el presidente de la United Auto Workers, Dougherty Fraser, renunció a un comité de gestión laboral establecido por la administración Carter. Se escandalizó al ver que los líderes empresariales habían “elegido librar una guerra de clases unilateral en este país – una guerra contra los trabajadores, los desempleados, los pobres, las minorías, los más jóvenes y los más viejos, e incluso muchos de la clase media de nuestra sociedad”, y habían “roto y desechado el pacto frágil y no escrito que existía previamente durante un período de crecimiento y progreso” —durante el período de colaboración de clases bajo un capitalismo reglamentado. No es exagerado decir que el destino del experimento humano depende del resultado de esta lucha».

 

El Profesor Chomsky nos ofrece mucho para pensar, reflexionar, discernir, como pasos en el camino de comprender el desvencijado mundo globalizado para ir construyendo, en la medida de lo posible un mundo mejor, más equitativo y más humano. Este mundo debe comenzar a construirse en nuestras conciencias para sostener nuestra voluntad liberadora.

[1] Filósofo, politólogo y activista estadounidense; Profesor emérito de lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX.

[2] Es interesante la crítica implícita que el Profesor le hace al periodista, en la misma línea que le hago a Chomsky.

[3] (1751-1836) Cuarto presidente de los Estados Unidos de América.