“No me arrepiento de nada” – es la expresión de un represor que es emblema de ese proceso

Gabriela Cerruti *

La entrevista completa puede leerse en  www.nuestrasvoces.com.ar/entendiendo-las-noticias/alfredo-astiz-no-me-arrepiento-nada/

Para quienes sostienen que es necesaria una “reconciliación” es bueno leer cómo piensa unos de los representantes de esos represores. No hay arrepentimiento y se enorgullecen de lo que hicieron.

La Cámara Federal de Casación Penal rechazó la concesión del beneficio de “2×1” para el represor Alfredo Astiz, que deberá seguir preso. La sala II de ese Tribunal reafirmó su jurisprudencia sobre delitos de lesa humanidad. En 1998, la periodista Gabriela Cerruti entrevistó al marino represor para la revista Tres Puntos. Astiz confesó las atrocidades cometidas, aseguró ser el más capacitado para “matar un periodista” y generó un escándalo internacional. Terminó expulsado de la Armada a partir del artículo que aquí reproducimos.

El martes 13 de enero las nueve de la mañana Alfredo Astiz se reunió con nuestra editora periodística Gabriela Cerruti en el Hotel Naval. El contenido de esta charla de casi dos horas se publicó en las últimas dos ediciones de tres puntos, provocó once causas judiciales y terminó con la destitución de Astiz de la Armada.

La puerta vaivén de Córdoba 622 es un pasaporte al pasado.

—Busco a Alfredo Astiz— le digo al recepcionista.

—Once punto uno— indica un señor corpulento, de espaldas al mostrador de madera.

El recepcionista habla por teléfono, cuelga y me mira.

—El señor dice que lo espere un minuto.

El Hotel Naval debe ser uno de los pocos lugares de Buenos Aires en donde todavía le dicen señor a Alfredo Astiz. Es uno de esos hoteles porteños para clase media con alguna pretensión: un poco de cuero, lámparas amarillas prendidas todo el día —porque no hay ventanas que dejen pasar la luz de la calle—, alfombras que merecen estar sucias y muchos espejos. En una vitrina, souvenires de la Armada Argentina: platos con la imagen de la Fragata Libertad por cinco pesos y ejemplares de Nunca Más, definitivamente, un folletín en el que un grupo de marinos sigue empeñado en discutir con nadie si hubo o no desaparecidos.

Alfredo Astiz emerge del ascensor, baja la escalera y me indica con un gesto la mesa de uno de los rincones, un espejo a cada lado que reflejan todo el bar. Se sienta mirando la entrada. Pide dos cafés cortados y agua mineral. Gustavo Niño, el infiltrado en las Madres de Plaza de Mayo, el asesino de Dagmar Hagelin y las monjas francesas, uno de los mayores símbolos del horror que vivió la Argentina bajo la dictadura, no es un “ángel rubio”, como repiten sin sentido las crónicas de las revistas de actualidad que lo muestran bailando en las discotecas o veraneando en Playa Grande. Es un hombre mayor, petiso, todavía rubio y de ojos celestes —eso sí es cierto—, al que le faltan algunos dientes y le sobran algunos kilos. Tiene cuarenta y tres años, Aparenta muchos más.

Ya pasaron veinte desde que comandaba los secuestros de la ESMA. Tal vez no se haya dado cuenta. Sonríe inevitablemente, todo el tiempo, y va a sonreír durante las dos horas que durará el encuentro, entre las nueve y las once de la mañana del martes. Da lo mismo si está relatando un asesinato o contando lo que él considera un chiste. Como si quisiera seducir, y es patético. O como si quisiera dar miedo, y es patético.

— ¿Vos sos de izquierda?— pregunta.

—Si la pregunta es si creo que ustedes secuestraron y asesinaron gente, entre ellos bebés, que hay que hubo campos de concentración, sí, creo todas esas cosas.

—Está bien, pero yo también creo todo eso. – Astiz se ríe. En el 82 le dije a un amigo que me preguntó si había desaparecidos: seguro, hay seis mil quinientos. Supongo que algunos más, no sé exactamente cuántos más. No más de diez mil, seguro. Así como digo que están locos los que dicen treinta mil, también deliran los que dicen que están en México. Los limpiaron a todos, no había otro remedio. Yo nunca torturé. No me correspondía ¿Si hubiera torturado si me hubieran mandado? Sí, claro que sí. Yo digo que a mí la Armada me enseñó a destruir. No me enseñaron a construir, me enseñaron a destruir. Sé poner minas y bombas, sé infiltrarme, sé desarmar una organización, sé matar- Todo eso lo sé hacer bien. Yo digo siempre: soy bruto, pero tuve un solo acto de lucidez en mi vida, que fue meterme en la Armada.

……………….

— ¿Vos sos de izquierda?, preguntó.

Allí comenzó el diálogo que fue publicado en Tres puntos la última semana y que Astiz calificó como “una charla informal”. Estos son tramos inéditos y detalles importantes de esa conversación que, por cuestiones de edición, no aparecieron en aquella primera versión.

Astiz se presentaba a sí mismo como un matador profesional, el último eslabón de una cadena burocrática: llegaba a la mañana, le decían a quién debía ir a secuestrar, él lo hacía y lo traía, vivo o muerto. No parecía haber ninguna inteligencia superior detrás de esto, ni ninguna elaboración ideológica.

—Usted no se preguntaba por qué hacían lo que hacían

—Mirá que yo estoy siendo muy sincero, me estoy abriendo mucho. Yo creo que siempre tiene que convivir un poco de izquierda y un poco de derecha. Por eso los buenos dirigentes tienen que saber poner un poco de las dos cosas. ¿Viste que siempre los profesores de educación física y los militares son de derecha y los artistas son de izquierda? Porque para hacer cosas que tienen que ver con el físico tenés que tener una disciplina, una rigurosidad, que te hace de derecha. En cambio para ser creativo necesitás el caos. Por eso los artistas y los intelectuales son de izquierda. Pero un país necesita un poco de orden y un poco de caos. El problema es cuando te vas mucho para un solo lado. Tenés que pegar un volantazo.

A las once de la mañana anuncié que tenía que irme. Astiz estaba entusiasmado, hablando, y me pidió que me quedara diez minutos más. “Tengo que irme, tengo un almuerzo”, mentí.

Entonces comenzó un largo discurso contra Ragmar Hagein, en el que incluyó frases del tipo “es un buscavidas, todo el mundo lo conocía de la noche, nunca le importó la hija. Hacía dos años que no la veía cuando pasó todo”. Quise volver a los secuestros de las monjas francesas, y me interrumpió: “Después te cuento de las monjas, vamos a hablar de todo”.

Lo veía cada tanto, pero no era nadie. Estaba en automotores. Siempre hizo lo mismo. Está buscando plata, como siempre. Es un personaje… ¿Vos sabés la cantidad de causas judiciales que tiene en contra, antes de esto? El siempre le hizo favores a la Coordinadora, y ellos le pagaban bien. Una vez me lo encontré en Bahía Blanca, caminando por la calle. Vos que sos de allá sabés, si caminás un poco por Alem te cruzás con todo el mundo. Estaba eufórico y me dijo que dejaba la Marina porque se iba a trabajar a la televisión. Parece que la Coordinadora quería competir con La Nueva Provincia, que los matan siempre, y puso un canal de cable. Pero al poco tiempo Alfonsín arregló algo con ellos y cerraron el canal. Entonces Scilingo se quedó sin laburo. Después estuvo metido en una historia de billetes duplicados….

— No, nunca me casé. La Armada es mi vida, mi familia, mi hogar. Ahora, te digo, vos sos muy chica y no sabés lo que es New York City, pero en pleno 1978 a mí me preguntaban si prefería ir a la Esma o a New York City y yo contestaba que, obviamente, a New York City a bailar.

Me levanté para irme. Astiz me acompañó. Subimos la escalera, abrió la puerta de calle. Pensé que podría ver qué pasaba cuando se asomara a la vereda.

—Tengo que volver. No pagué el café. A ver si piensan que soy un ladrón—balbuceó, mientras se daba vuelta para volver a entrar, sin saludarme.

* Gabriela Cerruti (1965) – periodista, escritora y política argentina. En el 2007 fue elegida legisladora de la Ciudad de Buenos Aires, y posteriormente reelegida para el período 2011-2015

Fuente: www.nuestrasvoces.com.ar – 29 de agosto de 2017

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