El macrismo no es un golpe de suerte. Por José Natanson

Más allá de ciertas consideraciones de Natanson difíciles de compartir respecto del actual gobierno, al que tilda de “derecha democrática”, cuando ha quedado demostrado que el macrismo no tiene muchos pruritos para realizar un fraude electoral, sacar o poner jueces por encima de las instituciones, detener arbitrariamente dirigentes políticos, perseguir judicialmente opositores, encubrir desapariciones de personas, etc.
El análisis publicado originalmente por Página/12 puede ayudar a comprender mejor a un enemigo poderoso, explicando por qué a pesar del malestar social que han provocado sus medidas conserva una similar cantidad de votos que en 2015. Compartimos luego la respuesta de Martín Granovsky.
El macrismo no es un golpe de suerte

¿Cómo se explica la victoria de Cambiemos en las elecciones del domingo? Propongo un método bastante empírico para enfrentar el desafío de entender los resultados: consiste en hacer de cuenta que el macrismo gobierna la ciudad de Buenos Aires desde hace una década, que hace dos años sorprendió con su victoria bonaerense y nacional y que, transcurrida la mitad de su mandato, logró revalidarse de manera contundente. Propongo, en suma, olvidarnos por un rato de las memes de Esteban Bullrich, sacudirnos el rechazo instintivo que nos genera la contemplación de la puesta en escena de sus festejos y, por fin, empezar a tomárnoslo en serio.

Los motivos del triunfo, entonces. Como viene ocurriendo, Cambiemos desplegó una campaña profesional que se ajustó a lo que Jaime Durán Barba define como “disciplina estratégica”, es decir que no se apartó de la línea trazada, y que incluyó esfuerzos importantes como la abrumadora blitzkrieg mediática de María Eugenia Vidal de las 48 horas previas a la veda. Sin embargo, hay algo más que una simple habilidad táctica detrás del triunfo del macrismo, que el domingo pasado logró consolidarse como la fuerza más votada a nivel nacional, mejoró su performance respecto del 2015 y derrotó al peronismo en bastiones históricos. ¿Qué tendencias sociales consiguió interpelar? ¿Qué entendió Macri de la Argentina?

En primer lugar, el Gobierno identificó temas que venían generando una creciente preocupación social y sobre los cuales el kirchnerismo no había elaborado una política concluyente, entre los que se destaca el del narcotráfico. Por supuesto que el abordaje demagógico elegido no logrará resolverlo e incluso es probable que, como ha ocurrido con otros líderes latinoamericanos punitivistas, en algún momento se le vuelva en contra. Por el momento, sin embargo, alcanza con nombrarlo: no hace falta llevar años invertidos en sesiones lacanianas de veinte minutos para entender el alivio profundo que produce el mero hecho de poner en palabras un problema, de nombrar lo que hasta el momento permanecía callado.

La política exige muchas cosas, entre ellas la capacidad de detectar las angustias sociales: el narcotráfico puede parecer extraño para quienes nos relacionamos con la droga a través de una maceta y vivimos en barrios alejados de la densa trama de relaciones entre capos, transas y soldaditos, pero aparece como una amenaza cotidiana, casi existencial, para quienes se ven obligados a convivir con él todos los días. La línea antimafia que subraya Vidal, presentada como una cruzada contra los poderes oscuros de la provincia, y las diversas declinaciones del giro punitivista oficial, son la respuesta –insisto: equivocada y peligrosa– a este problema.

Pero hay algo más que la puntería programática detrás de la victoria oficialista en las PASO. Cambiemos, ya lo hemos señado, expresa una nueva derecha: democrática, dispuesta a marcar diferencias económicas con la derecha noventista, y socialmente no inclusiva pero sí compasiva. Para transmitir con eficacia esta idea fuerte, el macrismo se apoya en dos pilares. El primero es la decisión de prolongar el generoso entramado de políticas sociales construido por el kirchnerismo: Asignación Universal, jubilaciones, incluso las cooperativas del Argentina Trabaja, que en su momento había denunciado como un foco de clientelismo y corrupción. El segundo es su gestión en la Ciudad de Buenos Aires: como durante sus dos mandatos como jefe de gobierno Macri no rompió el consenso en torno a la universalidad de los servicios públicos (no privatizó las escuelas ni los hospitales y no les prohibió a los bonaerenses, ni siquiera a los paraguayos, atenderse en ellos), pudo construir la imagen de una administración eficiente y moderada, que además produjo una mejora importante del transporte público y que volcó recursos tanto al espacio público de parques y plazas como a la oferta cultural orientada a  clase media.

Esto no implica, aclaremos nuevamente, una evaluación positiva de su performance al frente del gobierno de ciudad, sino apenas reconocer que si se hubiera comportado de otro modo probablemente no hubiera ganado todas las elecciones porteñas desde 2007 y quizás tampoco la Presidencia. Porque el espejo de esta caracterización sosegada del macrismo es el agitado paisaje de trazo grueso que durante demasiado tiempo quiso pintar el kirchnerismo: la consigna “Macri basura/vos sos la dictadura”, en particular, reflejaba la incapacidad para comprender la verdadera naturaleza de la criatura política que tenía enfrente.

Y en este sentido cabe preguntarse también si la insistencia en equiparar al macrismo con el menemismo noventista no resulta a esta altura igualmente estéril: aunque su programa macroeconómico de metas de inflación, altas tasas de interés y bicicleta financiera se alinea claramente con la ortodoxia, la decisión de no recortar el gasto público ni recurrir al despido masivo de empleados estatales, junto a la promesa de no reprivatizar las empresas públicas (ni siquiera aquellas que, como Aerolíneas, generan pérdidas), marca un contraste con los 90. El de Macri es un neoliberalismo desregulador, aperturista, anti-industrialista y, por supuesto, socialmente regresivo, pero no privatizador ni anti-estatista. Quizás esto explique por qué, pese al deterioro ostensible de la situación socioeconómica, un sector importante de la sociedad cree en la promesa oficial de que las cosas mejorarán pronto.

Sucede que el neoliberalismo macrista incluye también una propuesta de justicia, sintetizada en la perspectiva de igualdad de oportunidades, la única referencia más o menos abstracta que el presidente se atreve a incluir en sus discursos. A menudo acompañada por exhortaciones a recuperar la “cultura del trabajo” y evitar “los atajos y las avivadas”, la igualdad de oportunidades es la respuesta que filósofos liberales notables, como John Rawls y Amartya Sen, han encontrado a las dificultades para congeniar igualdad y libertad en las sociedades contemporáneas. Aterrizada en la Argentina de hoy, la perspectiva encarna en el trabajador meritocrático, el verdadero sujeto social de esta nueva batalla cultural, y sintoniza con la tradición inmigrante que es parte constitutiva de nuestra cultura política: la idea de progreso en base al esfuerzo individual (a lo sumo familiar) que le permite al que llegó con una mano atrás y otra adelante progresar hasta ascender al mundo alfombrado de la clase media: el mito de “mi hijo el dotor”.

Antes de que lluevan los tomates, aclaremos: que el oficialismo formule este discurso no implica que la gestión concreta de su gobierno lo esté llevando a la práctica ni que sus principales dirigentes sean ejemplos de self-made men: el del macrismo es un caso asombroso de herederos meritócratas. Pero el objetivo de esta nota no es denunciar la simulación de Cambiemos ni desnudar la oscuridad de su alma verdadera sino entender por qué sus propuestas resultan convincentes, indagar los motivos profundos de su eficacia, entender por qué funciona.

El macrismo ha logrado expresar también ciertas marcas de la época. Sus apelaciones a los valores pos-materiales, aquellos que van más allá de las necesidades cotidianas de supervivencia, resultan seductoras para las clases medias acomodadas en un contexto de hipersegmentación social, en donde los sectores más privilegiados llevan una vida más parecida a la de sus pares sociales de Nueva York o París que a los sufridos compatriotas que viven en el Conurbano, a un colectivo de distancia. Esto se verifica en las vagas tonalidades ambientalistas del slogan “ciudad verde”, en la importancia atribuida al cuidado de uno mismo (expresada en la retórica new age, las bicisendas, las ferias de comida saludable) y en una revalorización de la cotidianeidad frente al sacrificio totalizante que exigía la militancia kirchnerista (Macri insiste con que sus funcionarios deben volver a casa antes de que anochezca a cenar en familia). Todos estos aspectos, fomentados por una gestión multi-target que se segmenta en sectores tan específicos como la secta de los runners, los reclamos éticos de los veganos y las demandas insondables de los amantes de mascotas, terminan de completar la idea del macrismo como una fuerza política moderna y cosmopolita, a la altura de los tiempos.

Por último, Cambiemos se presenta como una renovación modernizante de la política. Sin entrar una vez más en discusiones acerca de la realidad concreta de sus acciones (la manipulación del escrutinio bonaerense desmiente este supuesto higienismo), señalemos que, auto-reivindicado como el primer partido político del siglo XXI, el macrismo se proclama como un paso adelante respecto de los vicios y las mañas de las agrupaciones tradicionales.

Más pendiente de la época que de la épica, el oficialismo defiende una visión anti-heroica de los asuntos públicos, una reivindicación de la normalidad cuya gran escenificación es el timbreo. Concebido como un contacto directo entre el funcionario y las personas, el timbreo es espontáneo, informal, casi diríamos puro, en contraste con la forma favorita del populismo: el acto de masas y toda su parafernalia de organización, traslado, protocolo de oradores y largas negociaciones previas por los lugares en el palco. Decisivamente, el timbreo permite desplazar el eje del ciudadano al vecino. Aunque quien pulse el timbre sea un funcionario nacional, incluso un ministro, la gobernadora o el mismísimo presidente, la política se hace, en un pase de manos mágico, local: el mensaje es que son los problemas inmediatos y cotidianos los que realmente importan, los que el político, como muestran las fotos que luego circulan por los medios, se acerca a escuchar.

El efecto es individualizante. Lejos de las asambleas, las movilizaciones o cualquier otra forma de apelación colectiva, el timbreo es la operación ideal de la política macrista porque sintoniza con su concepción de la sociedad como una agregación de individualidades. Al limitarse a un contacto bilateral funcionario-vecino, el timbreo apunta a la particularidad de cada persona: la singularidad de su problema concreto prevalece sobre su condición de clase o filiación política, que es lo que al fin y al cabo lo que hermana a los individuos en una identidad común y lo que, en última instancia, los construye como iguales.

Rebobinemos antes de concluir. La amplia victoria oficialista en las PASO se explica por sus dotes de campaña pero también por el hecho de que expresa una alternativa política capaz de conectar con amplios sectores sociales. El macrismo no es, por recurrir a la fórmula de Ricardo Forster, una anomalía, un accidente o un golpe de suerte; es una fuerza potente que se encuentra en el trance de construir una nueva hegemonía. Los resultados socialmente negativos de sus políticas, el fondo individualista que late detrás de sus decisiones, la concepción liberal de justicia sobre la que sostiene su discurso lo empujan sin remedio a la derecha del cuadrante ideológico, pero es una derecha democrática y renovada, que hasta el momento estaba ausente de nuestra escena política. Esa es la gran novedad, la noticia que la oposición debería registrar si de verdad desea ganarle en octubre.

* Director de Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur

www.eldiplo.org 

Fuente:  https://www.pagina12.com.ar/amp/56997-el-macrismo-no-es-un-golpe-de-suerte

¿Derecha democrática?
por Martín Granovsky

En Página/12 de ayer José Natanson escribió un interesantísimo análisis tanto del voto a Cambiemos como de Cambiemos en tanto construcción política. Allí define al macrismo como “una derecha democrática y renovada”. Me pregunto, sin respuesta concluyente todavía, si la palabra “democrática” puede aplicársele en plenitud y sin salvedades a Cambiemos no ya como coalición sino como fuerza de gobierno.

Aclara José en el texto: “El objetivo de esta nota no es denunciar la simulación de Cambiemos ni desnudar la oscuridad de su alma verdadera sino entender por qué sus propuestas resultan convincentes, indagar los motivos profundos de su eficacia, entender por qué funciona”. Por eso no quiero citarlo corto y mal. Recomiendo leer entera su columna haciendo click en http://www.pagina12.com. ar/56997.    

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Solo quiero discutir una parte del párrafo final, que cito textualmente: “El macrismo no es, por recurrir a la fórmula de Ricardo Forster, una anomalía, un accidente o un golpe de suerte; es una fuerza potente que se encuentra en el trance de construir una nueva hegemonía. Los resultados socialmente negativos de sus políticas, el fondo individualista que late detrás de sus decisiones, la concepción liberal de justicia sobre la que sostiene su discurso lo empujan sin remedio a la derecha del cuadrante ideológico, pero es una derecha democrática y renovada, que hasta el momento estaba ausente de nuestra escena política. Esa es la gran novedad, la noticia que la oposición debería registrar si de verdad desea ganarle en octubre”.

A mí me parece que hay aún más novedades para no subestimar a esta nueva derecha. Y no solo para las elecciones del 22 de octubre sino pensando en términos de calidad democrática.

Para expresarlo con ejemplos:

  • El uso de decretos de necesidad y urgencia para decisiones sustanciales como la integración de los miembros de la Corte Suprema o la liquidación del régimen de legislación audiovisual que tenía previa sanción de ambas cámaras y un fallo favorable de la Corte Suprema.
  • La resistencia a continuar con la tradición de sintonía con el derecho internacional de los derechos humanos, sus convenciones con rango constitucional para el derecho interno y sus organismos, como la Comisión Interamericana.
  • La selección de nuevos miembros de la Corte Suprema tras valorar, entre otros antecedentes, sus cuestionamientos al sistema interamericano de derechos humanos. Una de sus consecuencias fue el fallo de la Corte aplicando el dos por uno a los genocidas. Otra, el fallo del supremo tribunal sobre la causa Fontevecchia, donde directamente cuestionó la jurisdicción del sistema interamericano.
  • El discurso pre-Nunca Más de Mauricio Macri sobre derechos humanos, con alusiones vagas y livianas a los años de plomo y su imposibilidad de pronunciar la frase “terrorismo de Estado”. En el caso de un Presidente lo discursivo no queda en el plano de las palabras. Siempre se traslada a los hechos.
  • La generalización de figuras como la imputación de resistencia a la autoridad para restringir la libertad de movimientos sobre todo de los adolescentes, y sobre todo de los adolescentes pobres.
  • La frivolización de un caso de desaparición forzada como la de Santiago Maldonado y el posible acto de encubrimiento que siguió a esa actitud.
  • La presión sobre la Justicia laboral a partir de palabras del mismo Presidente de la Nación, que llamó a nombrar “jueces que nos representen”.
  • El pedido de juicio político a camaristas laborales por convalidar la homologación de un acuerdo como el de la Asociación Bancaria con la patronal del sector.
  • La detención irregular, señalada por el propio Grupo de Detención Arbitraria de la ONU, de la dirigente social Milagro Sala.
  • El estilo barra brava aplicado para resolver la integración del nuevo Consejo de la Magistratura.
  • La bolilla negra al abogado de Abuelas Alan Iud y el retiro de su pliego de los candidatos a fiscales.
  • La designación de un juez subrogante a medida para manejar la Justicia electoral en la provincia de Buenos Aires.
  • El modo mañoso en que el Ejecutivo manejó los cómputos de las PASO en Santa Fe y en la provincia de Buenos Aires.

La derecha que representa el macrismo no debe ser subestimada porque, está claro, conecta con un amplio sector de la sociedad. La prueba es que ganó las elecciones de 2015 por el voto democrático de la mayoría y consiguió un buen desempeño en las PASO. Ni el análisis ni la pelea política quedan resueltos gritando cosas como “Macri/ basura/ vos sos la dictadura”. Esa consigna, como todo lema que solo busca referencias en el pasado, no da cuenta de una enorme novedad: la derecha que gobierna hoy muestra una inclinación permanente a producir hechos que disminuyen la calidad institucional de la democracia. Y ése tal vez sea uno de sus proyectos a largo plazo para quedar en condiciones de rediseñar la Argentina sin molestias.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/57262-derecha-democratica

 

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