Francisco y Raúl Castro

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“Salí impresionado por su sabiduría, por su modestia y todas las virtudes que sabemos que tiene. Yo, y el círculo dirigente de mi país, leo todos los días los discursos del Papa. Y le dije que si sigue hablando así volveré a rezar y volveré a la Iglesia católica y no es broma”, dijo Raúl Castro, presidente de Cuba luego de la histórica reunión en el Vaticano con el Papa Francisco este 10 de mayo. Se descuenta que dialogaron sobre las negociaciones entre Cuba y EEUU para desbloquear las innumerables restricciones que la primera potencia global le impuso a la isla y sobre la próxima visita de Francisco a Cuba en septiembre de 2015.

La cercanía del actual pontífice a los líderes latinoamericanos críticos del capitalismo neoliberal se explica en buena parte por la coincidencia estratégica entre los mismos. El poder eclesial se vio acorralado en los últimos siglos por el avance tanto del capitalismo liberal secularizante como del comunismo ateo. Con el avance de la modernidad y el poder financiero, esta tenaza (similar a la que describió Martin Heidegger en su Introducción a la Metafísica de 1936) fue limitando y cercenando la influencia católica sobre el mundo social y político. Es sabido que Karol Wojtyla (Juan Pablo II) cumplió un rol importante en la implosión del comunismo soviético. Ahora Francisco intenta sentar las bases que fijen límites a la profundización del capitalismo liberal reinante. Esto no es una innovación sino un retorno a la Doctrina Social que ya denunciaba al liberalismo económico en 1891 con la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII.

Francisco le regaló a Raúl Castro su Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium” (La Alegría del Evangelio). Basta leer los puntos centrales de la reflexión sobre el mundo actual de este texto del Papa para encontrar las coincidencias estratégicas:

No a una economía de la exclusión

Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».
Evangelii Gaudium, 53.

En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.
Evangelii Gaudium, 54.

No a la nueva idolatría del dinero
Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.
Evangelii Gaudium, 55.

Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta.
Evangelii Gaudium, 56.

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