La trampa de la posmodernidad y la nueva izquierda. Por Martín D’Amico

Por Martín D’Amico

Uno ve toda la resaca de la caída del bloque socialista, pero a lo mejor no ve como esa caída liberó al pensamiento burgués de las ataduras que lo mantenían en una edad infantil, y que ahora parece estar llegando a su madurez, tanto en el aspecto económico con el neoliberalismo, como en el aspecto cultural con el postmodernismo. Su maduración es tan intensa que la izquierda misma se encuentra atravesando un proceso de transición de sus ideas y sus principios. En ese orden de cosas, no es casualidad que una de las teorías centrales en el pensamiento de la izquierda contemporánea, sea la del “Poder” y sus relaciones, en un sentido foucaultiano (o nietzscheano podríamos decir). Esta teoría posee una concepción del mundo que viene a explicar la historia de la humanidad como resultado exclusivo del poder, sin hacer esfuerzo alguno en darle a esta idea, un carácter conceptual, científico. Se desprecia, por ejemplo, la posibilidad de que el Poder, la dominación en sí, no sea más que un medio para un fin y no una cosa pura en sí misma, de esta manera se da a entender que la dominación es “porque sí”, ¿Causas materiales que determinen y expliquen este fenómeno? ¡Ni hablar!

Como buen postmodernista, Foucault nos va a decir que el uso de la razón para el desarrollo de métodos cognitivos no tiene ningún sentido, nos dice que es una pérdida de tiempo el llegar a conclusiones lógicas que se reflejen en conceptos exactos a través de la ciencia, a pesar de que la civilización sea un producto de ese raciocinio humano. Foucault afirma que “La razón es el lenguaje final de la locura” según él no debe de existir nada que nos guíe lógicamente, sigue: “No tiene sentido hablar en el nombre de, o en contra de la razón, la verdad o el conocimiento”. A través de esta negación de la racionalidad, típica de la ideología postmoderna, el pensador perdido en su bagaje idealista, se ve libre de decir cualquier locura, en éste caso, da rienda suelta a una paranoia ácrata en la que le aterra todo ejercicio de poder, incluyendo la lengua: “El problema del lenguaje”, dice Foucault, “parece asediar por todas partes la figura del hombre”. El filósofo francés, en oposición a Jaques Derrida, nos dice que la historia que nos engendra y nos determina “tiene la forma de la guerra más bien que la del lenguaje: se trata de relaciones de poder, no de relaciones de significado”.

Esta concepción radicalizada del mundo, lo que viene a hacer, en realidad, es negar la posibilidad de resolver, por ejemplo, las contradicciones entre las clases sociales, la idea de vivir en una sociedad sin divisiones entre ricos y pobres sería imposible porque detrás de cada individuo hay una pulsión de Poder no como medio sino como fin último. Aunque éstos filósofos no lo digan, se trata de la fundamentación de la ley del más fuerte, por eso Foucault admitía la influencia directa que tenía de Nietzsche, quien había teorizado profundamente sobre estos mismos temas, llegando a decir cosas como: “Cuando encuentro a una criatura, encuentro voluntad de Poder”.

Esta visión del Poder, además, no es singular, como podría ser el poder fáctico del Capital, sino que se expresa por medio de una multiplicidad infinita de relaciones que atraviesan la totalidad de la estructura social. Es más, no solo el Poder atraviesa a esas relaciones, sino que… ¡Las constituye! La existencia de esos micropoderes ejercidos en el plano individual del sujeto, actúa a través de pequeñas instancias personales diseminadas a lo ancho de la sociedad, procediendo a través de ésta capa por capa, pliegue por pliegue, según Foucault: “…cuando pienso en la mecánica del poder, pienso en su forma capilar de existencia, en el punto en el que el poder encuentra el núcleo mismo de los individuos, alcanza su cuerpo, se inserta en sus gestos, sus actitudes, sus discursos, su aprendizaje, su vida cotidiana.”

Se trata de la construcción de un relato, porque una vez desarrollado el discurso de la microfísica del poder, éste filósofo pasa a una segunda fase en su obra “Vigilar y castigar”, en ella se habla de la sociedad directamente como un “archipiélago carcelario”. Los cuarteles, las fábricas, las escuelas, los supermercados, y todos los escenarios de la vida social, son entendidos como dispositivos de Poder y control. Una persona racional se preguntaría si podemos prescindir de esos escenarios de la vida pública, ya que al mismo tiempo uno se da cuenta que la crítica a quien ejerce el poder, va en dirección de criticar por el mero hecho de existir el poder.

La trampa está tan fabulosamente escondida que la izquierda no la descubrió, ¿o es que no le importa? La jugada está en que las relaciones de poder no se expresan verticalmente entre las clases sociales, sino horizontalmente entre las mayorías sociales y no hay que ser muy inteligente para entender a quien le puede servir una teoría así. A lo mejor sea por esa razón que estas ideas ocupan un lugar hegemónico en los claustros universitarios, en donde se preparan los militantes de la nueva izquierda.

El detalle de que el Poder se manifieste de manera horizontal no es menor, ya que no deja lugar a la clásica división entre dominadores y dominados, en este caso el Poder se presenta en cada individuo, siendo éste tanto receptáculo como vehículo de las relaciones de poder, todos seríamos, en teoría, agente y producto del poder. De esta manera, se entiende que el poder se encuentra en todas partes, que lo atraviese todo y sea accesible a todos.

Pongamos un ejemplo de lo que es un opresor para esta teoría posmoderna sobre el Poder: Una vendedora ambulante, sale a trabajar a las cinco de la mañana para tomarse el tren y llegar a la estación de Once, hace frío y llueve, se abriga con lo poco que tiene porque el frío le congela los huesos. Esta señora, trabaja diez horas por día para darle de comer a sus hijos. La teoría radical de la microfísica del Poder nos va a decir que esta trabajadora es en realidad es una opresora, porque con su heterosexualidad oprime a las personas homosexuales a través de una relación de poder históricamente configurada por medio de un sistema al cual la militancia posmoderna le puso el nombre de “heteronormatividad”, y no satisfecha con eso, esta idea nos dice también que la vendedora ambulante oprime también cada vez que regatea el precio de las fundas de celulares que le vende a los transeúntes. Cuando llega a su casa, oprime además a sus hijos porque todos sabemos de la relación de poder que existe entre los padres y los hijos, entre el adulto y el niño.

La burguesía tiene su arsenal ideológico y lo arrojó sobre nosotros. A la nueva izquierda, convertida a estas alturas en una fuerza política del sistema, no le interesa saber cómo pensar soluciones a las problemáticas que plantea, sino que solo le interesa agudizar esa misma construcción del conflicto. Es decir, que no se persigue resolver toda relación hasta suprimir estas “opresiones”, sino que se busca una teoría del conflicto que tienda, efectivamente, al cumplimiento de esta praxis política que genere una problemática detrás de otra.

Es por esto que cada vez aparecen más y más “pañuelitos”, el sistema impulsa a estas ideologías del conflicto para que los individuos del pueblo ejerzan presión unos sobre otros, así se crean “oposiciones” que a su vez necesitan de una “resistencia” subsidiaria de relaciones de poder que son fragmentarias y descentralizadas.

Los intereses de los mismos que ponen en marcha este movimiento no son afectados en lo más mínimo. Es como un chiste… y los de abajo, los que de verdad están oprimidos porque crecen en el infierno que es la lucha de clases, cuando ven a un militante progre van a tener que aprender a reírse del chiste, pero será una risa con dolor, como canta Víctor Heredia en Sobreviviendo: “No quiero ver un día manifestando por la paz en el mundo a los animales, como me reiría ese loco día, ellos manifestándose por la vida y nosotros apenas sobreviviendo…”

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