La niñez es la víctima más dolorosa de la globalización financiera

Publicamos dos notas que contienen informaciones que quedan ocultas por el fárrago informativo de los medios concentrados. Las víctimas que no tienen voz pasan desapercibidas para la mayoría de los habitantes del planeta, los “rubios, altos, blancos, de ojos celestes”.

Obligados a ser adultos antes de tiempo

Stefano Fino *

En Sudán del Sur, niños y niñas han visto negados su derecho a una educación, a vivir libres de miedo y violencia, a jugar… Los niños y niñas son los que más han sufrido el hambre y el conflicto en este país.

Cuando conocí a Ihisa, de 12 años, hacía un año que no sabía nada de sus padres. Su padre se despidió de la familia en su pueblo del estado de Eastern Equatoria (Sudán del Sur) hace un año para irse en busca de trabajo. Unas semanas más tarde, su hermano pequeño se dislocó la rodilla y su madre se vio obligada a llevarle al hospital a Juba, la capital del país. Desde entonces, no han sabido nada de ninguno de ellos. “No tengo ni idea de dónde están mis padres”, me dice Ihisa con lágrimas en los ojos.

No es extraño encontrar hogares encabezados por niños y niñas en Sudán del Sur. Niños y niñas obligados a ser adultos antes de tiempo, que han visto negados su derecho a una educación, a vivir libres de miedo y violencia, a jugar, a disfrutar de una infancia como la que yo tuve. Los niños y niñas son los que más han sufrido el hambre y el conflicto en este país, que atraviesa una situación crítica que Naciones Unidas ha descrito como la peor crisis humanitaria en décadas.

Se estima que seis millones de personas, la mitad de la población, se encuentran en situación de crisis, emergencia o catástrofe, frente a los 5,5 millones de personas en mayo y 4,9 millones en febrero. Más de un millón de niños y niñas están sufriendo las peores consecuencias de la crisis. Un gran número de jóvenes está creciendo lejos de sus padres, lo que les ha llevado a depender unos de otros para apoyarse y salir adelante.

En realidad, aunque Ihisa y sus hermanos sigan esperando, a sus padres podría haberles pasado cualquier cosa. Muchos adultos —y niños y niñas— han muerto en la guerra y otros se han unido a los grupos armados y están luchando en las zonas en conflicto. Algunos han abandonado sus hogares en busca de oportunidades de trabajo en ciudades lejanas.

Me impresiona ver a Lazarus, de 17 años, y Hiteng, de 14, los hermanos mayores de Ihisa, al frente del hogar y la familia. No solo cuidan y se encargan de Ihisa, sino también de los gemelos Oting y Oloya, de ocho años. Estos cinco niños, juntos pero solos, han vivido la realidad más dura del hambre. Han llorado y se han consolado unos a otros para intentar dormir, y se han cuidado cuando han sufrido enfermedades.

He venido al pueblo de Ihisa porque Plan International está desarrollando un proyecto de seguridad alimentaria y recuperación de medios de vida para 28.000 hogares de Torit, un condado al sudeste de la capital, Juba. Como parte de su programa de asistencia alimentaria directa en alianza con el Programa Mundial de Alimentos, Plan International ha distribuido paquetes de frijoles, maíz y aceite entre la población.

 “Antes sobrevivíamos a base de cocos y hojas de las plantas de los alrededores, pero cuando empezaron las lluvias recogimos plantas de los campos”, me cuenta Ihisa. “Hiteng, mi hermana, cocía las plantas con ceniza para darles un poco de sabor salado”. Hoy la familia de niños ha recibido alimentos y, por primera vez en un tiempo, están cocinando frijoles con aceite y sal. “Esta comida nos durará un mes”, me dice.

La temporada de lluvias ya está aquí, así que Ihisa y sus hermanos han comenzado a cultivar una parcela de tierra que solían trabajar sus padres. En un tiempo podrán cosechar algunas verduras que les permitirán sobrevivir mejor. “Me gustaría que mis padres estuvieran aquí para ayudarnos con la cosecha”, me confiesa Ihisa. “La vida sería más fácil si estuvieran con nosotros”.

* Stefano Fino – especialista de ayuda humanitaria de Plan International en España.

Fuente: www.elpais.com – 28-8-2017

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“Sudán del Sur corre el riesgo de ser olvidado”

Carlos Orquín *

La ayuda internacional se enfrenta a las guerras que se han generado en los últimos años. La atención a millones de personas que viven en países en conflicto vive ante el dilema de repartirse más, y siempre hay quien sale (más) perjudicado. La disputa entre las dos principales etnias que enfrenta al Gobierno del joven Sudán del Sur (de la tribu dinka) con las fuerzas leales a su vicepresidente (de los nuer) se ha recrudecido desde el pasado verano. La población civil y los cooperantes en el país lo han vivido en primera persona y ven más difícil el acceso a su trabajo, según José Luis Hernández, responsable de Protección de Unicef que coordina las labores de documentación de niños soldado en el país para su organización, explica: “Tenemos muchos problemas porque este año se ha desplazado mucho el foco a Siria y el Líbano y hemos perdido recursos”.

Hernández aclara, eso sí: “No es un reproche, para nada. Nosotros intentamos que se sepa lo que está pasando, pero es muy difícil con tanto conflicto este año. Europa siente más cercano Oriente Medio”. El cooperante apunta al asalto del hotel Terrain el 11 de julio en la capital, Juba, que causó mucha indignación por la falta de respuesta de los cascos azules de la ONU, y en el que el ejército gubernamental impuso una jornada de violencia masiva.

Unos 17.000 niños han sido reclutados desde 2013 en el país, 1.600 durante 2016, según Unicef. Los datos se conocen por el trabajo que coordina este mexicano que llegó un mes antes de que estallara la guerra civil, en diciembre de 2013, solo dos años más tarde de la independencia con respecto a Sudán mediante otra guerra.

El suceso del hotel no fue aislado y marcó un punto de inflexión. “Antes, la guerra estaba en el norte y ahora se ha ido al sur, en la frontera con Kenia Uganda y el Congo. [Al menos 300 personas murieron en enfrentamientos entre ejército y rebeldes en Juba en los días previos al asalto]. Cuando estábamos en el norte para nosotros era más fácil viajar y hacer los informes, pero ahora no tenemos ese acceso. Si ahora me preguntan si hay reclutamiento también en el sur, podemos decir que seguramente lo hay, pero no lo podemos comprobar. El camino desde Juba es muy peligroso actualmente y ha habido muchos humanitarios y ONG’s que han sido atacados en el camino”, explica Hernández.

El problema llegó además en un momento en el que las cosas habían podido mejorar un poco. Los acuerdos de la ONU con el ejército gubernamental habían permitido la liberación de 1.932 niños (1.755 en 2015 y 177 en el 2016, cuando el aumento de conflicto frenó el proceso), según Unicef.

Las relaciones con el Gobierno se han visto afectadas desde julio y los acuerdos para parar el reclutamiento son débiles. Aun así, Hernández se muestra optimista. “Vemos que los acuerdos sí funcionan cuando estamos ahí. Cuando han liberado 1900 niños es porque tenemos una presencia. Pero hay el problema de que esos niños a veces son liberados y vuelven a ser reclutados por la misma gente que los liberó”, explica. Muchos actores internacionales critican que la ONU no consiga imponer un embargo de armas en el país que va camino del genocidio, con 2,3 millones de personas desplazadas. La organización ha votado sobre esto el pasado 19 de diciembre, pero la resolución no fue aprobada finalmente.

Mientras tanto, el relato de Hernández dibuja el horror cotidiano de los niños soldado. En la mayoría de ocasiones, son secuestrados del camino al colegio o en la búsqueda de agua. A cambio de algo de comida o algo tan simple como unas botas —mucho mejor que las chanclas habituales o la dureza directa del suelo— son convencidos u obligados a creer que combatir es la única salida para sobrevivir en un país con el 800 % de inflación, con una situación generalizada de inseguridad alimentaria y con niveles sin precedentes de desnutrición infantil. Hernández cuenta que a muchos de los liberados les cuesta creer en un futuro sin armas, pero se queda con la anécdota de un pequeño del estado de Unity, en el norte, que el año pasado le agradeció en un campamento de desplazados haber vuelto a la escuela: “A pesar de todo lo que vio, sabía que no era el camino correcto. Me dijo que quería ser soldado. Que quería ser doctor”.

* Carlos Orquín – periodista, entrevista a José Luís Hernández, responsable de Protección de Unicef en el país africano.

Fuente: www.elpais.com – Barcelona – 18-1-2017

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