La historia del hombre y la tecnología (IV)

Ricardo Vicente López

En esta última nota voy a comentar tres publicaciones que nos ayudarán a pensar el tema sobre el cual propuse esta investigación. En ellas van a aparecer tres miradas diferentes: un matemático, un psicoanalista y un economista. Los tres se sintieron interpelados por el mismo tema aunque cada uno de ellos, como era de esperar, lo aborda desde su profesión. Ellos son, por orden de aparición el Doctor Adrián Paenza, el Doctor  Sergio Rodríguez y el Licenciado Ignacio Muro.

El primero publicó una nota en Página 12, el 26 de febrero de 2017, con el título Anonimato. No sé si el autor empleó ese título como una sutil ironía, por lo que cedo al amigo lector la definición. Narra en ella una historia que le sucedió a un consumidor estadounidense, pero que pudo ser cualquier otro ciudadano de cualquier país globalizado. Tiene la virtud de colocarnos frente a una de las maravillas que ofrece la tecnología disponible, utilizada con fines comerciales (¿sólo por ellos o…? por parte de una cadena de supermercados. Sugiero leer con atención y colocarnos en el lugar de este señor.

Reproduzco su texto:

Lea esta historia con cuidado porque aunque no sea usted la víctima podría tocarle (si es que no le ha tocado ya y no lo advirtió) en un futuro muy cercano. Me explico.

Es posible que usted tenga un teléfono celular o una laptop o una computadora de escritorio. Es también posible que usted tenga acceso a internet y, desde hace un tiempo, la tecnología le haya cambiado la vida. De hecho, ahora se puede comprar sin salir de la casa, sin siquiera haber “tocado” la mercadería que elige, pagar por servicios, impuestos, pasajes… estudiar, investigar, aprender… El correo se usa solamente para lo imprescindible. Hoy por hoy: ¿quién escribe una carta? Es posible hablar por teléfono “viéndose” mutuamente con la otra persona, mensajes de texto, fotos, facebook, twitter, instagram, WhatsApp, Skype, etc., etc., etc.,…Creo que la idea está clara.

Pasaron más de 200.000 años para que la población mundial llegara desde cero a mil millones, pero alcanzaron 200 para que superáramos los siete mil (millones). Los primeros teléfonos aparecieron sobre el final del siglo diecinueve, radios a transistores empezaron a producirse en 1947, pero se popularizaron entre 1960 y 1970 cuando ya había hecho su ingreso la televisión. Como usted advierte, los “saltos cualitativos y revolucionarios” se producían, sí, pero con varias décadas en el medio.

Pero, ¿adónde quiero llegar? Téngame un poquitito más de paciencia. Una pregunta: ¿es gratis todo esto? Es decir, me doy cuenta que la respuesta obvia es que no, que gratis no es… pero, si uno analiza la cantidad de tiempo que uno ahorra, más la facilidad y celeridad en el acceso a la información (para los privilegiados como yo, sin ninguna duda), uno supondría que la cuota mensual a pagar tendría que ser abrumadora y/o prohibitiva. Sin embargo, aun teniendo en cuenta las diferencias en los potenciales planes y velocidades de transferencia de datos, hay algo que no cierra. Por ejemplo, ¿dónde está el negocio de Google? ¿Cómo es posible que uno pueda contestarse preguntas que ni siquiera se hizo ni sabía que eran posibles de formular, y todo en un milisegundo? ¿Qué ganan empresas como Facebook, Instagram (por poner algunos ejemplos)? ¿Cómo puede ser que uno no tenga que pagar nada para abrir una cuenta de correo electrónico en hotmail o gmail… o agregue acá el proveedor que más le convenga? ¿Cuál es el negocio? ¿Desde cuándo en el mundo capitalista alguien regala algo?

Ahora sí, la historia que le prometí al principio.

Target, es el nombre de una de las cadenas de supermercados más grandes de Estados Unidos… y del mundo. Al día de hoy, tiene 1803 (mil ochocientos tres) sucursales. Su base está en Minneapolis pero también opera en la India. En algún sentido, es la gran competidora de Wal-Mart.

Una tarde cualquiera, un hombre que vivía en las afueras de Minneapolis entró a la sucursal de Target que tenía más cerca visiblemente enfurecido. En la mano derecha, sostenía varios papeles que parecían recién impresos y pidió… o mejor dicho… demandó hablar con el gerente del local.

Pocos minutos después, ya en una oficina, desparramó los papeles que había traído: eran cupones con descuentos que Target le había enviado a la cuenta de correo electrónico de la hija: “¿Están locos ustedes? ¡Mi hija tiene 14 años! ¡Recién empezó el colegio secundario y ustedes le envían cupones con descuentos para ropa de bebé, pañales y cunitas! ¿Qué es lo que quieren: estimularla para que quede embarazada?”

El gerente le pidió los cupones, los revisó y consultó con el departamento que Target tiene destinado a promociones. Quería asegurarse que ese correo hubiera sido enviado por la empresa. Y sí. Después de esperar unos minutos, la voz del otro lado del teléfono le confirmó lo que le había dicho el señor que tenía adelante.

El gerente pidió disculpas de todas las formas imaginables y pensó que todo terminaba allí… Pero no.

Estimulado por un superior, quien entendía la promoción negativa que podía tener Target si el episodio tomaba estado público, llamaron a la casa del padre de la joven con la idea de reiterar y enfatizar las  disculpas. De paso, el llamado serviría también para garantizar que la empresa tomaría el ejemplo para no incurrir en futuros errores.

El padre escuchó unos instantes y con un tono de voz sombrío dijo: “Vea. Tuve una conversación con mi hija y después de una larga charla es evidente que en mi casa se produjeron algunas actividades de las que yo no tenía idea. El bebé debería nacer en agosto. El que tiene que pedirles disculpas soy yo”.

Aquí, una pausa. No sé si usted se imaginó desde el comienzo que la historia apuntaba en esa dirección. No importa. En todo caso, lo que sí importa es que Target –que es solamente un ejemplo– supo antes que los padres que la niña estaba embarazada. La compañía, a través de su sector de “Analytics” [1], le asigna a cada mujer un “índice de potencial embarazo o de preñez”, y lo hace recopilando la información sobre cuáles son sus patrones de compra.

De acuerdo con lo que se hizo público, la empresa pudo detectar que una gran mayoría de las mujeres que incrementan fuertemente la cantidad de loción sin perfume que compran, terminaba teniendo un bebé seis meses después.

Más aún. Esas mismas mujeres aumentan -habitualmente– la ingesta de suplementos medicinales que contuvieran magnesio, zinc y calcio, y esos son datos que a Target le sirven para aumentar fuertemente la probabilidad de embarazo. A partir de ese momento, como las consideran muy buenas candidatas a tener un bebé en un futuro cercano y con la idea de capturarlas como clientes, comienzan a enviarles cupones con descuentos sobre determinados productos relacionados con una futura mamá.

Creo que no hace falta que siga con el ejemplo. Lo extraordinario (o increíble) es que el algoritmo ¡no había fallado! Target supo antes que los padres de la niña lo que estaba sucediendo con ella.

Ahora, unos párrafos sobre la privacidad. Cuando usted utiliza su GPS para decidir cómo llegar a su destino, está claro que usted tiene que enviar los datos de su ubicación. Y uno lo hace tranquilo porque el servicio que recibe como devolución es verdaderamente extraordinario. En algún sentido, es como si todos estuviéramos manejando un avión y no un auto. No hace falta saber nada. Uno pone el lugar al que quiere llegar… ¡y listo! El algoritmo detecta la posición de su teléfono y hace el resto sin su intervención.

Por supuesto, la tecnología del GPS es muy potente, pero funciona en una avenida de doble mano: uno aprende cómo ir… pero, al mismo tiempo, uno está dejando una huella sobre el camino que está eligiendo y desde dónde empieza a recorrerlo.

Esa es la parte que uno no ve, o no considera. Usted está enviando señales constantemente sobre esa ubicación (la suya). Revisando esos datos, alguien interesado podría determinar los lugares en los que usted estuvo instante por instante. No solamente eso: podría exhibir los caminos que utiliza a diario, dónde vive (o donde pasa las noches), dónde trabaja, los lugares que visita, los restaurantes en los que come, los negocios en donde hace sus compras, las canchas a las que concurre, su colegio, universidad, trabajo, oficina, fábrica o los cines, o los teatros… Sabe dónde viven sus familiares y amigos (ya que uno –en general– entra con su teléfono celular mientras hace sus visitas) y cuánto tiempo se queda en cada lugar. ¡Y listo: paro acá!

Un último dato que le propongo que piense: si una persona tuviera acceso a las páginas que usted visitó en -digamos– la última semana, tanto en su computadora/teléfono/tableta, etc… ¿No cree que eso terminaría identificándola? O sea, ¿cuántas personas habrán depositado su interés en exactamente los mismos lugares que usted? En algún sentido, es un equivalente de ¡otro ADN! Es un ADN digital. Uno termina autodefiniéndose por los sitios que visita. Y si me permite, quiero aventurar algo más: todos estos datos permiten no solo saber dónde estuvo… ¡sino también para predecir o estimar dónde va a estar! Lo mismo que quienes tengan los datos de su GPS.

Por último: hace cuatro días, uno de mis amigos españoles, el genial periodista del diario El País de España, Ramón Besa, me preguntó: ¿podremos ser anónimos otra vez?

Mi respuesta: ¡no! Es demasiado tarde. Hemos dejado demasiadas señales en el trayecto. No hay manera de volver atrás. Eso sí, de lo que estoy seguro es que ahora estoy en condiciones de dar la respuesta que me había formulado más arriba: ¿Gratis? ¡No…! Seguro que gratis no es.

[1] Me resulta difícil encontrar una palabra en español que incluya todo lo que se entiende por el departamento de “Analytics”. Podría decir que es el que se dedica a analizar estadísticas y patrones de compra. O descubrirlos. Pero también se trata de predecir y de allí el valor del análisis.

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El Doctor Sergio Rodríguez, psicoanalista, conmovido por la historia de Paenza publicó el 13-4-17  una reflexión respecto de ella, a la que le puso por título Esclavos del “progreso”. Me pareció lo suficientemente interesante como para agregarla a continuación. Las maravillosas novedades tecnológicas nos deslumbran. Pero si uno es capaz de superar ese primer momento es probable que comience a pensar seriamente en la pregunta que se hace y nos hace el autor:

¿Hacia dónde van las sociedades?

Desde mi oficio de psicoanalista me interesa confrontar dos escenas de su descripción, pues nos revelan que nos estamos transformando en esclavos de los aparatos y, por supuesto, de las corporaciones que los generan.

En una, el padre se enfurece por el efecto producido por las publicidades de Target en su niña. En la otra, les pide disculpas a los de Target, con la siguiente frase que vuelvo a reproducir:

“Vea. Tuve una conversación con mi hija y después de una larga charla es evidente que en mi casa se produjeron algunas actividades de las que yo no tenía idea. El bebé debería nacer en agosto. El que tiene que pedirles disculpas soy yo”.

¿Qué está diciendo ese padre atribulado? No solamente, lo que influyeron las publicidades de Target en la niña, sino también que en su casa ocurrían hechos de los que no se enteraba. Dicho de otra manera, que en gran medida él estaba ausente de su casa como padre.

Entonces, el problema reside no sólo en la aparatología electrónica. O a eso tenemos que agregarle no solamente su efecto de espionaje, sino también, el clima que generan. En el cual, los humanos, creyendo que están híper -comunicados, en verdad están retraídos al mundo imaginario que les van construyendo desde las pantallas.

Agreguemos también, porque no sabemos las condiciones de trabajo de ese padre y de la inmensa mayoría de los padres, sometidos a un ritmo cada vez más acelerado y productivista. Agreguemos entonces, cómo el trabajo, los aparta cada vez más de su función como padres.

Tristemente, el padre del relato de Paenza y muchos otros terminan sintiéndose en falta y pidiendo perdón a las empresas que los esclavizan. Debemos captar, para tratar de impedirlo, hacia dónde están yendo las sociedades de este siglo 21.

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La tecnología, como tarea creadora de los humanos merece toda nuestra admiración. No así algunos usos que el capital concentrado hace de ella. He aquí que los productos que coloca en el mercado tienen un lado oscuro que no siempre están al alcance de la comprensión del ciudadano de a pie. El argumento que la tecnología robótica produce con menores costos y mayor eficiencia es sólo una parte de la verdad. Si esto es aceptado por verdad, no lo es menos que el trabajo asalariado se encuentra en una competencia ruinosa con el robot.

Este impactante obrero electrónico mata a dos personajes del escenario del mercado al mismo tiempo: un obrero que pierde el empleo y una persona consumidora que pierde su capacidad de compra. Y para esto el sistema capitalista no tiene respuesta. Lo más grave es que la pregunta está muy lejos de sus preocupaciones.

Un estudioso de estos temas es el economista, Ignacio Muro, analista social, experto en nuevas tecnologías y el mundo de la información. Forma parte del grupo impulsor de Economistas frente a la Crisis (EFC), es Profesor de Periodismo en la Universidad Carlos III y Director del Instituto para la Innovación Periodística. Preside Asinyco (Asociación Información y Conocimiento) y edita el blog colectivo Poli-TIC.net. Si abundo en antecedentes profesionales es para que el amigo lector pueda diferenciarlo de tanto opinólogos sabelotodo que abundan en los medios.

Publicó una muy interesante nota que lleva por título La gran perdedora será la igualdad de oportunidades – El capitalismo nos necesita cada vez más tontos en www.economistasfrentealacrisis.com  (7-8-17)

El debate sobre la robotización, la inteligencia artificial y los efectos del cambio tecnológico sobre el trabajo es un tema recurrente en la actualidad. Pero, cuando se aborda, se suele poner el acento en los aspectos cuantitativos (su capacidad para generar más o menos desempleo) y no en los cualitativos, aquellos que definen qué tipo de trabajador y qué tipo de formación se necesitará en el futuro.

Son fenómenos que están interconectados con el cambio en las relaciones hombre-máquina que provocan las tecnologías digitales y su capacidad para descomponer en rutinas buena parte de los procesos intelectuales. Se trata de un proceso similar al ocurrido en anteriores revoluciones industriales cuando el maquinismo descompuso las rutinas manuales, pero con una diferencia esencial sobre sus consecuencias en las demandas de cualificación: si hasta ahora la cualificación del nuevo trabajo era el resultado de la adaptación de los perfiles humanos a la complejidad de los sistemas de las grandes máquinas, ahora son los sistemas los que se acercan a los humanos.

El propósito esencial de los nuevos interfases que asociamos a la inteligencia artificial y la robótica se caracterizan por facilitar la humanización de las máquinas, convirtiendo en tareas simples, realizables por cualquiera, otras más complejas que hasta ahora justificaban el trabajo diario de millones y millones de profesionales cualificados de todo el mundo.

Significa que el nuevo capitalismo no requiere que estemos tan preparados como nos decían. O que, en contra de lo que pronosticaba el mito de la sociedad del conocimiento, el sistema económico necesita un volumen de conocimiento decreciente para producir bienes y servicios. O, con más precisión, necesita menos conocimiento vivo (asociado al trabajo de los humanos), aunque lo suple con más conocimiento muerto, entendiendo por tal esa parte del saber que se condensa y cristaliza en aplicaciones y sistemas, o en robots e inteligencia artificial.

Dicho de otro modo, las tecnologías digitales permiten extraer el conocimiento humano, entendido como una cualidad del trabajo, y lo capitaliza en aplicaciones y sistemas, lo convierte en capital.

El ahuecamiento del mercado de trabajo

La cuestión es detectar cómo se manifiesta este fenómeno y su magnitud. De un lado, favorece a una parte minoritaria de los trabajadores, aquellos capaces de identificar y resolver los nuevos problemas o para afrontarlos con soluciones innovadoras. Ellos se convierten en imprescindibles y ascienden en la escala de valor. Pero, de otro lado, una inmensa mayoría desciende a trabajos de mucha menor cualificación, como gestores de plataformas y aplicaciones capaces de simplificar la actividad humana. Buena parte de los médicos, abogados, profesores, ingenieros… y otros muchos grupos encuadrados en lo que conocemos como clases medias profesionales, o como trabajadores del conocimiento, descenderán en la escala profesional.

Una inmensa mayoría desciende a trabajos de mucha menor cualificación, como gestores de plataformas y aplicaciones capaces de simplificar la actividad humana.

Es lo que Levy y Murnane denominan el ahuecamiento del mercado de trabajo como expresión del vaciamiento de profesionales de cualificación media, un fenómeno universal detectado ya en EE.UU que  sucesivos informes de instituciones prestigiosas (MIT Tecnology Review en 2012, la Universidad de Oxford en 2013 o el Instituto Pew Research en 2014) han ratificado como tendencias del futuro inmediato. Sus consecuencias están claras: acentuarán las desigualdades en todo el mundo al provocar una creciente  dispersión salarial entre los grupos de trabajadores beneficiados y perjudicados por el cambio tecnológico.

Lo peor es que este fenómeno nos llegará con versiones diferentes a los países periféricos. Y es que la lógica centralizada de la economía digital con capacidad para crear grandes corporaciones tecnológicas con la categoría de campeones únicos globales (Appel, Microsoft, Google, Amazon, Netflix, Booking, Facebook, EBay, Uber…) en muy poco tiempo todas ellas concentradas en EE.UU, nos anticipa una concentración del talento tecnológico en muy pocos sitios: desde luego, en California (EE.UU) y, en menor medida, en zonas específicas de Alemania, Japón, Corea o China.

Es decir, que los trabajadores del conocimiento de alto valor que se necesitan para asumir las tareas innovadoras no solo constituyen una minoría reducida sino que, además, estará concentrada en los centros de poder mencionados, aquellos con capacidad financiera y tecnológica para asumir, con dimensión global, los retos disruptivos.

La excelencia, un mito; la sobre-cualificación, expresión del conocimiento sobrante

De ahí se desprende una lucha encarnizada por ocupar esos puestos. Si el conocimiento necesario lo va a aportar una minoría, es obvio que un sistema elitista como el actual va a favorecer la colocación de los descendientes de los privilegiados, formados en universidades de élite. Del resto, solo los “comunes” más capaces, que destacan por su excelencia, becados de procedencia popular que quepan en el estrecho ascensor social, si es que funciona, formarán parte de los seleccionados que alimentarán los puestos que reclaman los nichos tecnológicos.

¿Qué ocurre con el conocimiento sobrante? El conocimiento que el mercado no es capaz de incorporar a la lógica productiva se embalsa y desborda de diferentes formas. En primer lugar, dormita y se desgasta en todos los trabajos marcados por la sobre-cualificación, un fenómeno que afecta a un porcentaje creciente de trabajadores del conocimiento de muchos países (mayor cuanto más periféricos sean) obligados a aceptar cualquier cosa por debajo de su preparación.

En segundo lugar, se desborda en actividades al margen del mercado. La interiorización de un futuro sin esperanza termina afectando a amplios colectivos obligados a asumir un modo de vida dual: por un lado, asumen tareas mercantiles primarias para poder subsistir, (sirven en bares, cuidan niños, consiguen trabajos parciales…) mientras, por otro, en sus “tiempos libres” desarrollan actividades creativas, gratificantes en sí mismas, o de alto valor social, pero siempre al margen del mercado. La Wikipedia sería la mejor expresión de la capacidad creativa de esas nuevas relaciones informales, en las que el valor de uso de las cosas es el único criterio de valor, expresiones de modos de distribución y consumo abiertas, libres, sin precio.

Consecuencias sobre la formación: habilidades antes que capacidades

La gran perdedora de esta situación, si las tensiones políticas y sociales no lo impiden, es la igualdad de oportunidades como símbolo del acceso democrático al conocimiento. Su continuidad empieza a percibirse como especialmente peligrosa para las élites pues dificulta las salidas vitales de sus descendientes. En la medida que se reduce el espacio para ingenieros, abogados, médicos y otros profesionales altamente cualificados, deben ponerse límites al acceso popular a los estudios superiores. La reducción de becas, el incremento de las tasas, la limitación de los estudios de grado a solo tres años y la limitación drástica de recursos públicos para los años de máster, son algunas de sus manifestaciones.

La obsesión del capitalismo neoliberal por el corto plazo y su dependencia de los intereses de las élites y sus descendientes, le hace mostrarse incapaz de gestionar adecuadamente momentos de ruptura.

Para el resto, conviene fabricar una salida adecuada. Si la inteligencia está ya empaquetada -lo que se necesita son trabajadores disciplinados- las habilidades y las actitudes para el manejo de apps son más importantes que los conocimientos y las capacidades. El sistema necesita, sobre todo, humanos dispuestos, abiertos al aprendizaje de las nuevas herramientas cambiantes que aparecen en el mercado.

¿Significa esto que el conocimiento es hoy una activo despreciable? En absoluto. Significa que la obsesión del capitalismo neoliberal por el corto plazo y su dependencia de los intereses de las élites y sus descendientes, le hace mostrarse incapaz de gestionar adecuadamente momentos de ruptura como el actual.

La solución es la inversa. Lo que el momento necesita es recuperar el sentido del saber al margen de las demandas inmediatas del mercado, es recuperar el sentido de la ciencia y la cultura como sinónimo de pensamiento sin dogmas, dispuesto a la apertura. Es el único modo de ampliar los horizontes en los momentos en los que “lo sabido” no condiciona “lo por saber”, en el que la tecnología se enfrenta a fronteras de ruptura.

Pero para ello se necesita dar prioridad al largo plazo y recuperar el papel del Estado y las políticas públicas que ha sido y es el único actor capaz de generar un sistema innovador en momentos de ruptura que sea lo suficientemente denso para dar nuevas perspectivas al trabajo creativo, como señala la economista Mariana Mazzucato, profesora de RM Phillips en Economía de la Innovación de la Universidad de Sussex, y autora de The Entrepreneurial State: desacreditar los mitos públicos y privados,.

Un tema esencial sobre el que habrá que volver necesariamente.

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El tema está lejos de haber obtenido una respuesta. Sin embargo, no me parece poca cosa el haberlo planteado, con limitaciones, de eso no tengo dudas, pero como un llamado de atención. Lo que sí queda claro, en mi opinión, es que las posibilidades de aportar algunas salidas superadoras no se encuentran dentro del sistema global, tal como hasta ahora está planteado. En el impera el afán exclusivo de lucro, que parece no importarle el cómo, sólo requiere que sea el mayor posible.

El hombre ¿recuerdan esa vieja imagen del humanismo? Está sentado en el banco de suplentes sin la menor posibilidad de entrar a jugar. Entonces, se impone diseñar otro juego, en el cual las máquinas queden totalmente sometidas al humanismo y a su servicio. Un juego en el que tengan cabida todos, sin reglas rígidas, en el que la participación de cada uno sea celebrada como el enriquecimiento de todos, ya que puede aportar su condición, como la de los demás jugadores, de ser único e irremplazable.

 

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