Sobre la grieta y los animales sueltos

Por Mario Casalla *

La filosofía nos ayuda a pensar el concepto de “grieta” manoseado por los medios y por cierta política con el fin de embarrar el terreno. Detenernos a pensar de qué se trata es una posibilidad para encontrar, “entre todos”, una salida que ilumine un camino común “para todos”.

Cierta discordia persistente atraviesa la sociedad argentina actual y a nuestros vecinos sudamericanos. Se la suele llamar Grieta y es un hecho que -además de valorarlo, como rápidamente hacemos- debería ser comprendido más a fondo. Esta discordia enerva nuestras vida individuales, familiares y sociales, perturbando seriamente el proyecto de una “vida en común” (de una comunitas, de una polis).

Los argentinos estamos enojados y eso se nota con bastante facilidad. Y de cómo lo entendamos dependerá el tipo de “solución” que encontremos. A su vez ésta seguramente exigirá un acto (o algunos actos concretos) que pongan fin a esta suerte de deliberación casi permanente en la que estamos como encerrados.

Hace unos días expuse sobre esto en la Asociación de Filosofía Latinoamérica y Ciencias Sociales y comparto ahora con usted –amigo lector- una síntesis de lo dicho.

La amistad política

Ninguna grieta es cómoda ni saludable para habitar por mucho tiempo. Proponemos entonces pensarla  desde la categoría de enemistad; opuesta por ende a la de amistad, que sería lo deseable restaurar.

Por cierto que la Amistad de la que ahora hablamos es la amistad política, ya que es ésta la que específicamente permite hacer comunidad (esto es pueblo); mientras que los otros tipos de amistad hacen “gente” (the people), o “sociedades”, (algunas veces facciosas y otras no), pero nunca Pueblo.

Se le atribuye a Aristóteles -en el momento de mayor crisis de Atenas y otras polis griegas- una afirmación angustiosa y a la vez ambigua: “Oh amigos, es que ya no hay ningún amigo”. La atribución es de Montaigne (en el siglo XVI) y nos da que pensar aún ahora.

Evidentemente y de entrada, aparece una flagrante contradicción: ¿cómo podría Aristóteles preguntar (dudando) si “ya no hay ningún amigo” y al mismo tiempo dirigir esa interrogación a quién llama “amigos”? Evidentemente amigos hay, pero lo que parece escasear es la Amistad (en cuanto tal).

Aquella atmósfera política dentro de la cual una ciudad, o república (en el sentido clásico de ambos términos) fuesen posibles. O si lo son lo serán a la manera del fantasma o del simulacro. Seres que “están”, pero no “son”. Espectáculo de la “sociedad de un millón de amigos” (Roberto Carlos, dixit), pero que -al aproximarnos- se alejan.

Cuando esto sucede, la hostilidad y la (mala) discordia dificultan enormemente la construcción de la vida en común. La Guerra entonces (en el sentido brutal y generalizado de Hobbes: todos contra todos) y no la Política, toma entonces el timón de una ciudad y de un país.

Y esto no es nada bueno por cierto, porque entonces la Nación (inconclusa y pendiente) y la conformación de lo Popular  (en una unidad plural que la protagonice) se tornan prácticamente imposibles.

Esta doble negatividad –en situación latinoamericana- es clave para entender por qué buena parte de nuestros procesos nacionales en curso se estacan o muchas veces retroceden.

La discordia ha ganado su batalla y la enemistad social impide o traba la vida en comunidad. Entonces sí que la pregunta de Aristóteles vuelve a ser real y angustiante: “Oh amigos, es que ya no hay ningún amigo”. Por cierto que esta preocupación nuestra (que la lógica de la política, es diferente de la guerra) no está atravesada  por ninguna cosmovisión “idealizada”, ni políticamente “correcta” o utópica de la realidad social o popular en la que estamos inmersos (sería ridículo que esto sucediese).

Desde ya que sabemos muy bien que el conflicto (de intereses y de clases) atraviesa siempre la realidad de un pueblo histórico determinado (y mucho más en nuestra América Latina, donde la presión también proviene del exterior, del imperialismo de turno), el problema es cómo se plantea su clase política y dirigente resolverla (ahora y en el  futuro inmediato).

De esto depende en mucho qué hacer con la denominada “Grieta” y cómo continuar exitosamente (nosotros y la subregión dentro de la que nos movemos) sus proyecto de liberación (nacional y social) pendientes de realización. Y que para ser tales, requieren urgentemente de una nueva coordinación política regional (sudamericana, al menos). Nadie podrá realizarse, en una región que no se realice.

Salir de la grieta

Una Grieta es más que una fisura y menos que una fractura. Estos tres términos -tomados en préstamo por la Política, de la ciencia Médica  -y dentro de ella, de una especialidad puntualmente denominada “Traumatología”- fue lo que intentamos aquí pensar nosotros desde la Filosofía, bajo las antiquísimas antinomias conceptuales discordia/concordia y amistad/enemistad.

Pero no desde cualquier filosofía, sino desde una Filosofía de la Liberación, latinoamericanamente situada; no es casual entonces que esto haya desembocado en una tercera antinomia: la de guerra y política. Si pensamos ahora en conjunto esas tres antinomias (denominación que aterrorizaba a Kant, pero no a Hegel quien las planteo en un nuevo marco: el de una razón “dialéctica” y no ya “pura a priori”), llegamos entonces a nuestro propio problema y en nuestro propio marco histórico y conceptual (muy distinto por cierto al de esas realidades metropolitanas, de antes y de ahora).

Las Grietas como dijimos no están hechas para ser habitadas, sino que lo que corresponde es salir de ellas lo más pronto e indemnes posibles; caso contrario corremos el riesgo de que el edificio completo se venga abajo (como además nos previene la Arquitectura y el Urbanismo).

La Grieta es más bien un símil de la alegoría de la Caverna del viejo Platón: adentro sólo se ve y se opina sobre sombras proyectadas en las paredes, resultantes de un fuego interno y encendido por los hombres para calentarse circunstancialmente, es decir, de simulacros de verdad, de fantasmas, de doxas.

En cambio el verdadero Sol (el Bien, la Verdad) estaba afuera. Así esos hombres discutían entre ellos, pero de cosas que no son Verdad. Seguramente Platón no conocía la televisión (ni aquella Atenas era todavía la sociedad del espectáculo), pero las paredes de su Caverna se le parecen bastante, tanto como para que su alegoría nos sirva para pensar este presente (ya decididamente “televisivo”, por cierto).

Y claro no es casual entonces que en una realidad así forzada o impuesta, los hombres y mujeres nos volvamos día a día más “Intratables” (discordantes) y que una lógica -más propia de “Animales Sueltos” que el de una ciudad en serio- nos amenace otra vez con la guerra de todos contra todos. Es que escasea o falta una Razón en común (aquella que “separando reúne”, el Logos, lo Común, del viejo Heráclito), y lo que queda entonces es la pequeña razón de los idiotas (término que en griego significa literalmente “privados”), de los esclavos, privados de una auténtica libertad ciudadana.

La alternativa no es entonces hacer un programa de televisión mejor, sino salir al Sol (y reubicar  la TV en el lugar adecuado que también merece).

Es que con la Grieta no hay nada que hacer, a no ser salir de ella y suturarla lo mejor posible. Lo demás son (peligrosos) fuegos artificiales.

* Mario Casalla – Doctor en Filosofía y Letras; profesor regular e investigador, en las cátedras de “Problemas Filosóficos en Filosofía y Psicoanálisis” e “Historia de la Psicología” por la UBA; Profesor titular de “Historia de la Filosofía Argentina y Latinoamericana” en la Facultad de Filosofía y Teología (Área San Miguel) de la Universidad del Salvador. Preside la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales.

Fuente: “Punto Uno” – www.diariopuntouno.com.ar – 10-10-17

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