¿Por qué la gente rica es tan ansiosa?

Meagan Day *

Durante décadas hemos consumido la versión de Hollywood sobre la felicidad de los ricos. Ahora, en plena crisis del capitalismo financiero, en EEUU comienza a aparecer otra verdad.  

“La psicología de la riqueza es enrevesada”, escribe Kerry Hannon [1] en el New York Times. “En la superficie, ser rico puede hacer creer a la gente que tienen un mayor control sobre sus vidas, pero esa misma riqueza puede también controlarles emocionalmente”.

El titular del artículo de Hannon, “Soy rico, y eso me vuelve ansioso”, provocará probablemente recelo entre aquellos que se han debido eternamente a jefes, caseros y bancos. Se nos puede perdonar por no mostrar compasión. “Nadie recibe mucha empatía hablando de estas cosas”, admite James Grubman [2], un psicólogo de ricos. Pero eso no cambia la realidad que ve todos los días: la riqueza puede generar inmensas cantidades de ansiedad, inseguridad y miedo –incluso si provee confort, estabilidad y libertad.

La observación de que la riqueza se solapa con la desesperación nunca ha sido completamente ajena al pensamiento socialista. El capitalismo distribuye recursos y poder de manera desigual; los ricos son ricos gracias a que la gran mayoría de la población mundial ve privado su acceso a bienes básicos o le es imposible ejercer libertades básicas, disminuyendo así la felicidad general.

Pero alegría y miseria no se corresponden perfectamente con riqueza y pobreza. En los casos analizados por el artículo de Hannon, se descubre cómo los multimillonarios albergan sentimientos intensos de culpabilidad, de inseguridad personal, y sobre todo, de ansiedad por miedo a que roben sus ahorros o a que éstos sean despilfarrados por culpa de malos cálculos o mala suerte. ¿Es también la burguesía un rehén del capitalismo?

Los socialistas han considerado esta pregunta de vez en cuando; quizás el caso más memorable sea el de Oscar Wilde [3]. Wilde era un observador afilado de las costumbres, maneras y afectaciones burguesas, un intruso irlandés con sensibilidad irónica que consideraba a las élites británicas fascinantes y patéticas a la vez. En El alma del hombre bajo el socialismo, Wilde escribió:

“La industria necesaria para hacer dinero es también muy desmoralizante. En una comunidad como la nuestra, en la cual la propiedad otorga una enorme distinción, una alta posición social, honor, respeto, títulos y otras cosas gustosas del estilo, el hombre, siendo naturalmente ambicioso, hace de su objetivo el acumular esa propiedad, adentrándose en una tediosa y cansada acumulación, incluido mucho después de tener más que de sobra lo que quería, lo que podía utilizar o disfrutar, o quizás incluso de lo que tenía conocimiento. El hombre se mataría a sí mismo trabajando para poder asegurar su propiedad, y en realidad, dadas las enormes ventajas que la propiedad proporciona, uno se sorprende difícilmente. Uno se lamenta de que la sociedad haya sido construida sobre una base que fuerza al hombre hacia un surco en el que no puede desarrollar libremente lo que hay de maravilloso, fascinante y exquisito en él – una sociedad, de hecho, en la que uno se está perdiendo los verdaderos placeres y la alegría de vivir. El hombre es también, bajo las condiciones existentes, muy inseguro. Un comerciante tremendamente rico puede estar –y lo está a menudo- a merced, en cualquier momento de su vida, de cosas que no están bajo su control. Si el viento sopla un poco más fuerte de lo habitual, o el tiempo cambia de repente, o cualquier trivialidad ocurre, su barco puede hundirse, sus negocios especuladores pueden ir mal, y podría devenir de repente un hombre pobre, desapareciendo así su posición social”.

Este último punto es muy importante. Esta ya no es la era de los reyes; la mayoría de los ricos tiene que estar en constante actividad si quiere retener sus privilegios y evitar hundirse hacia estratos sociales más bajos. La burguesía ha creado una buena cantidad de trabajo para sí a través de sus propias prácticas explotadoras, generando la misma amenaza de explotación, compeliéndola a replicar y sostener dichas prácticas, aparentemente en su propio interés.

El capitalismo fuerza a todo el mundo, incluidas las clases dominantes, a vivir bajo condiciones de dependencia y disciplina del mercado. En la cita que sigue, Ellen Meiksins Wood [4] explica el alcance universal de esta disciplina bajo el capitalismo:

Este sistema específico de dependencia del mercado significa que las exigencias de competición y maximización del beneficio son reglas fundamentales de vida… Lo que puede no quedar siempre claro, incluido en análisis socialistas del mercado, es que la característica distintiva y dominante del mercado capitalista no es la oportunidad o la elección, sino más bien su contrario, la compulsión y coacción. Los aspectos materiales de la vida y la reproducción social están universalmente mediados por el mercado bajo condiciones capitalistas, de manera que todos los individuos deben, de un modo u otro, entrar en relaciones de mercado para poder acceder a los medios para vivir. Este sistema único de dependencia del mercado significa que los dictados del mercado capitalista –el imperativo de competición, acumulación, maximización del beneficio e incremento constante de la productividad laboral- regulan no solamente todas las transacciones económicas, sino también las relaciones sociales en general”.

La dependencia del mercado obliga a los capitalistas a actuar de formas que experimentan ambivalentemente o culposamente, o que les puede alienar los unos de los otros. Vivek Chibber [5] ofrece un claro análisis de cómo el capitalismo estructura el comportamiento de los propios capitalistas:

Entonces, simplemente por tener que sobrevivir la batalla competitiva, el capitalista se ve forzado a priorizar cualidades asociadas con el “espíritu emprendedor”… Independientemente y cualquiera que su socialización previa haya podido ser, el capitalista aprende rápidamente que tendrá que adaptarse a las reglas vinculadas a su puesto, o su estatus acabará hundiéndose. El hecho de que cualquier desviación significativa de la lógica de la competitividad en el mercado por parte de un capitalista se revele de algún modo como un coste es una propiedad remarcable de la estructura moderna de clase– por ejemplo, rechazar arrojar lodo tóxico se manifiesta como una pérdida de cuota de mercado por parte de quienes lo hacen; comprometerse a usar inputs más seguros pero más caros se muestra como una aumento en los costes de cada unidad, y así tantos ejemplos más. Por tanto, los capitalistas sienten una enorme presión de ajustar sus orientaciones normativas –sus valores, objetivos, ética, etc.- a la estructura social en la que están incrustados, y no al revés. Los códigos morales que se promueven son los que ayudan a sostener al sistema”.

Son siempre los pobres los que pagan el precio más duro por las transgresiones de los ricos. Aun así, esa realidad coexiste con la de la constante coerción a competir, dominar y acumular – o sufrir las consecuencias. Que esas condiciones puedan hacer sentirse atrapadas, presionadas, ansiosas, culpables y deprimidas a personas acomodadas no es tan sorprendente. Este es el motivo por el que Marx llamó a la clase obrera la “clase universal” – la clase cuya liberación provocaría una mejora universal de la condición humana.

Aquí Wood, de nuevo, traza la única solución que funcionará para todo el mundo:

Lo mejor que los socialistas pueden hacer es aspirar, lo máximo que puedan, a independizar la vida social del mercado. Esto significa luchar por la des-mercantilización de cuantas esferas de la vida sea posible, así como democratizarlas –no simplemente sujetándolas a las reglas políticas de la democracia ‘formal’, sino también liberándolas del control directo del capital y del control ‘impersonal’ de los imperativos del mercado, que subordinan cada necesidad y práctica humana a las exigencias de acumulación y maximización del beneficio”.

El objetivo principal del socialismo es, por supuesto, beneficiar a las masas –los miles de millones ahora explotados, desposeídos y controlados por una minúscula clase dominante. Pero hay también un beneficio psicológico, si no material, para los ricos. Tal y como lo presenta Wilde:

Si la propiedad sólo conllevase placeres, podríamos soportarla; pero sus obligaciones la hacen inaguantable. En el interés de los ricos debemos deshacernos de ella”.

[1] Kerry Hannon (1960) es una escritora estadounidense, Licenciada en Literatura Comparada por la Universidad de Duke: autora de Crecimiento y comportamiento personal, experta en finanzas personales y retiro, estratega, oradora y columnista.

[2] James Grubman -consultor, conferenciante y educador reconocido internacionalmente en el campo multidisciplinario de la Psicología del Patrimonio Familiar. Trabaja con familias adineradas y sus asesores para comprender las muchas formas en que la riqueza y la vida se pueden integrar con éxito.

[3] Oscar Wilde (1854-1900) Escritor británico. dramaturgo, escribió Salomé (1891), La importancia de llamarse Ernesto (1895), obras de diálogos vivos cargados de ironía.

[4] Ellen Meiksins Wood estudió en Berkeley y California, Licenciada en Lenguas Eslavas por la Universidad de California, ejerció la docencia en universidades como el Glendon College.

[5] Vivek Chibber (India) sociólogo estadounidense, Profesor de Sociología en la Universidad de Nueva York, especialista en imperialismo, cambios históricos a largo plazo (ciclos económicos), y economía política del desarrollo.

* Meagan Day –Periodista e Investigadora, escritora independiente, enfoca temas como política, movimientos sociales, trabajo e historia de personal en la revista jacobin, colabora habitualmente en distintos medios como Mother Jones y Jacobin

Fuente: www.sinpermiso.info – 24/11/2017

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