Francisco dedicó este Viernes Santo a las víctimas de la trata de personas y pidió “ver la cruz de Jesús en todas las cruces del mundo”

El Papa Francisco dedicó este Viernes Santo a las víctimas de la trata de personas y pronunció al finalizar el Vía Crucis una oración especial llamando a ver la cruz de Jesús en “todas las cruces del mundo”.

“Señor Jesús, ayúdanos a ver en tu Cruz todas las cruces del mundo”, pidió Francisco, en una oración compuesta por él que pronunció al final del tradicional rito. Allí hizo una alusión a los ataques que recibe en el mundo actual la Iglesia Católica, tanto desde poderes fácticos globales como por sectores internos, al pedir a Jesús por “la cruz de la Iglesia, tu esposa, que se siente atacada continuamente desde el interior y el exterior”;  la destrucción del planeta (“nuestra casa común”) por el actual sistema económico: “la cruz de nuestra casa común que seriamente se marchita bajo nuestros ojos egoístas y cegados por la codicia y el poder”, la cultura de lo efímero que conduce al nihilismo: “la cruz de la humanidad que vaga en lo oscuro de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo momentáneo”; los casos de abusos sexuales de niños: “la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza”; la injusticia social: “la cruz de las personas hambrientas de pan y de amor” .

“Reunidos en este lugar, en el que millares de personas en el pasado sufrieron el martirio por ser fieles a Cristo, queremos ahora recorrer esta “vía dolorosa” junto a todos los pobres, los excluidos de la sociedad y los nuevos crucificados de la historia actual, víctimas de nuestra cerrazón, del poder y de las legislaciones, de la ceguera y del egoísmo, pero sobre todo de nuestro corazón endurecido por la indiferencia. Una enfermedad, esta última, que también sufrimos nosotros, los cristianos”, fue uno de los fragmentos leídos durante la celebración, compuestos por por la monja italiana Eugenia Bonetti.

Antes del Vía Crucis, Francisco presidió la celebración de la Pasión del Señor en la Basílica de San Pedro en donde se postró en el suelo delante del altar para orar durante unos minutos.

El predicador de la Casa Pontificia, el capuchino Raniero Cantalamessa, recordó que “la Iglesia ha recibido el mandato de su fundador de ponerse de la parte de los pobres y los débiles, de ser la voz de quien no tiene voz y, gracias a Dios, es lo que hace, sobre todo en su pastor supremo”. “La segunda tarea histórica que las religiones deben, juntas, asumir hoy, además de promover la paz, es no permanecer en silencio ante el espectáculo que está ante la mirada de todos”, prosiguió. “Pocos privilegiados poseen bienes que no podrían consumir, aunque viviesen incluso siglos enteros y masas aniquiladas de pobres que no tienen un trozo de pan y un sorbo de agua por dar a sus hijos”, sostuvo. “Ninguna religión puede permanecer indiferente, porque el Dios de todas las religiones no es indiferente ante todo esto”, concluyó.

A continuación el texto completo de la oración que rezó el Papa Francisco.

Señor Jesús, ayúdanos a ver en Tu Cruz todas las cruces del mundo;
la cruz de las personas hambrientas de pan y de amor;
la cruz de las personas solas y abandonadas por sus propios hijos y parientes;
la cruz de las personas sedientas de justicia y de paz;
la cruz de las personas que no tienen el consuelo de la fe;
la cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad;
la cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas a causa del miedo y de los corazones blindados por cálculos políticos;
la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza;
la cruz de la humanidad que vaga en lo oscuro de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo momentáneo;
la cruz de las familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la homicida ligereza del egoísmo;
la cruz de los consagrados que buscan incansablemente portar Tu luz en el mundo y que se sienten rechazados, ridiculizados y humillados;
la cruz de los consagrados que en su caminar han olvidado su primer amor;
la cruz de tus hijos que, creyendo en Ti y buscando vivir según Tu palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familiares y sus coetáneos;
la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras numerosas promesas rotas;
la cruz de Tu Iglesia que, fiel a Tu Evangelio, se fatiga para llevar Tu amor también entre los mismos bautizados;
la cruz de la Iglesia, Tu esposa, que se siente atacada continuamente desde el interior y el exterior;
la cruz de nuestra casa común que seriamente se marchita bajo nuestros ojos egoístas y cegados por la codicia y el poder.
Señor Jesús, reaviva en nosotros la esperanza de la resurrección y de Tu definitiva victoria contra todo mal y toda muerte. ¡Amén!

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