Entrevista a Diego Fusaro: “La izquierda ya no es roja sino fucsia, ya no es la hoz y el martillo, sino el arcoíris”

Por Esteban Hernández*

Diego Fusaro es uno de los intelectuales más polémicos de Italia, ya que ocupa una posición ideológica que lo definiría como un conservador de izquierda.

Acaba de publicar ‘La notte del mondo’. Explíqueme, por favor, por qué estamos en una noche oscura, en qué punto se cruzan Marx y Heidegger.

-Mi libro ‘La notte del mondo. Marx, Heidegger e il tecnocapitalismo’ (UTET, 2019) es un intento de razonar según las categorías de Marx y Heidegger sobre lo que Heidegger mismo, con los versos de Hölderlin, define “La noche del mundo”. La noche del mundo es una época en la que la oscuridad está tan presente que ya ni siquiera vemos la oscuridad en sí y, por lo tanto, no somos conscientes de esa oscuridad. Heidegger lo expresa diciendo que “es la noche de la huida de los dioses”, en la que ya ni siquiera somos conscientes de la pobreza y la miseria en las que nos encontramos. Esta es una situación de máxima emergencia. Por su parte, Marx en los ‘Grundrisse’ decía que “el mundo moderno deja insatisfecho, o si en algo satisface es trivialmente”. Es otra manera de decir que estamos efectivamente en la noche del mundo, donde ni siquiera vemos el enorme problema en el que nos encontramos. En el libro empleo las categorías de dos autores muy diferentes, como Marx y Heidegger, para tratar de poner de manifiesto cuáles son las contradicciones de nuestro presente en el que todo el mundo calcula y nadie piensa. En el que la razón económica y técnica, técnico-científica, se ha impuesto como la única razón válida, y pretende reemplazar a todas las demás.

Insiste en que el eje político no debe ser izquierda y derecha, sino los de arriba y los de abajo. Y que ideológicamente hay que ser conservadores en cuanto a los valores (arraigamiento, lealtad, familia, eticidad, patria) y de izquierdas (emancipación, socialismo democrático, dignidad del trabajo). ¿Es esa la forma de ser marxista hoy?

-Sí, creo que la geografía de la política actual ha cambiado profundamente. Hoy hay una especie de totalitarismo liberal que nos permite ser liberales de derecha, liberales de izquierda, liberales de centro, siempre y cuando seamos liberales, siempre, y, por lo tanto, izquierda y derecha se convierten en dos formas diferentes de ser liberales o, precisamente, en liberalismo político y económico, en práctica libertaria en las costumbres y, por supuesto, en atlantista en la esfera geopolítica. Creo que hoy debemos replantearnos una recategorización de la realidad política según la dicotomía alto/bajo o la categoría élite/pueblo, que a veces se utiliza como sinónimo. Esto implica que si la élite, el Señor globalista, es precisamente cosmopolita, a favor de la apertura ilimitada de la libre circulación, el siervo, en cambio, debe luchar por la soberanía nacional-popular como base de la democracia de los derechos sociales. Hoy es preciso restablecer el vínculo entre el Estado nacional y la revolución socialista. Este es el punto fundamental.

-¿Cuál va a ser el futuro de la UE? ¿Se romperá? ¿Qué opciones se abrirían? ¿Cree posible una alianza de los países del norte, como Alemania, Países Bajos, Suecia y demás y otra de los países del sur? ¿Cómo se recompondrá el orden internacional si la UE se hace más débil aún o si se rompe?

-Debemos ser muy claros al dar una definición de la Unión Europea. La Unión Europea es la unión de las clases dominantes europeas contra las clases trabajadoras y los pueblos de Europa. Es la victoria post-1989 de un capitalismo que se realiza completamente disolviendo los últimos bastiones de resistencia: los Estados soberanos nacionales con el primado de lo político y de la democracia sobre el automatismo total del tecnocapitalismo. Esta es la Unión Europea. Un proceso de globalización, de despolitización de la economía y de imposición del interés del capital cosmopolita contra los intereses de las comunidades nacionales. Por eso, la lucha contra el capitalismo en nuestro continente hoy no puede dejar de ser una lucha contra la Unión Europea. La tragedia es que la izquierda ha abandonado esta lucha, en la medida en que ha pasado del internacionalismo proletario al cosmopolitismo liberal y, por lo tanto, deja que la lucha contra la Unión Europea, contra la globalización capitalista, la lleven a cabo fuerzas que, muy a menudo, no quieren la emancipación humana ni la solidaridad de los trabajadores, tratan simplemente de reaccionar mirando hacia un pasado que ya no existe.

¿Cómo deberían actuar los países de Europa frente a EEUU y China?

-Creo que Europa puede salvarse solo si recupera, por una parte, sus propias identidades culturales y su pluralidad estructural y, por otra parte, si se libera de la dictadura llamada Unión Europea, que es la dictadura del capital, de los mercados contra los trabajadores y los pueblos, y si se libera del yugo mortal del atlantismo de Washington. Tenemos que apuntar a un eje euroasiático que vaya desde la Rusia de Putin hasta China en función antiatlantista. Debemos liberarnos de esto y cambiar nuestro punto de vista.

Insiste en que hay combatir el globalismo, pero tampoco hay que apoyar el nacionalismo. ¿Cuál es la opción?

-Creo que hoy debemos ir más allá del globalismo y del nacionalismo. Al fin y al cabo, el globalismo no es más que el nacionalismo estadounidense que se ha hecho mundo y, por lo tanto, es una forma de nacionalismo llevado a su máximo desarrollo. Creo que es necesario hacer valer, contra estos dos opuestos, un modelo de internacionalismo entre Estados soberanos solidarios, basados en la democracia, el socialismo y los derechos de las clases más débiles y, en consecuencia, una especie de soberanía internacionalista, democrática y socialista, alejada tanto del cosmopolitismo que destruye a las naciones, como del nacionalismo que es un egoísmo pensado a nivel de la propia nación individual.

El Estado es el primado de lo político sobre lo económico. ¿Por eso el mundo global quiere acabar con los Estados?

-Los Estados nacionales soberanos, en la modernidad, no han sido solo los lugares del imperialismo, del nacionalismo y de las guerras, como repite el orden del discurso dominante, que quiere destruir a los Estados para imponer el primado del capital globalista, donde los Estados se convierten únicamente en los mayordomos del capital. Esta es la visión liberal del Estado. En realidad, los Estados nacionales soberanos también han sido los lugares de las democracias y de las conquistas salariales de las clases débiles. Y es por esta razón que hoy el capital quiere destruirlos, ciertamente no para evitar las guerras o el imperialismo que, de hecho, prosperan más que nunca en el marco posnacional. Hoy el Estado puede representar el único vector de una revolución opositora contra el capital mundialista, tal y como demuestran perfectamente los acontecimientos de los países bolivarianos, como Bolivia, Venezuela o Ecuador que, a pesar de sus límites estructurales, están creando formas de populismo soberanista, socialista, patriótico, anti-globalista e identitario.

Por ideas como estas, a usted se le ha llamado fascista. Sus posturas políticas asustan más a la izquierda que a la derecha. ¿Por qué? En esa demonización, ¿qué papel juegan los medios de comunicación y la Academia?

-Por supuesto, hoy en día la categoría de ‘fascismo’ se usa de manera completamente deshistorizada y descontextualizada, para demonizar simplemente al interlocutor. Hoy quien reafirma la necesidad de controlar políticamente la economía y, por lo tanto, reintroducir la soberanía contra la apertura cosmopolita, es vilipendiado y tachado inmediatamente de ‘fascista’, ‘rojipardo’ y ‘estalinista’. La categoría de fascismo está, pues, completamente deshistorizada, solo sirve para ocultar el verdadero rostro de lo que Pasolini ya había identificado como el verdadero fascismo de hoy: el de la sociedad de mercado, el totalitarismo de los mercados y de las bolsas de valores especulativas. Este es el verdadero rostro del poder hoy en día, y muchos tontos que se hacen llamar ‘de izquierda’ luchan contra el fascismo, que ya no existe, para aceptar plenamente el totalitarismo del mercado. Estos últimos son los que luchan en Francia contra Le Pen para aceptar de buena gana a Macron. Luchan contra un fascismo que ya no existe para poder aceptar la nueva porra invisible de la economía de mercado. Y, por supuesto, la clase intelectual, el circo mediático y el clero intelectual desempeñan un papel fundamental en este proceso; la tarea de la clase intelectual, académica y periodística es garantizar que los dominados acepten el dominio de la clase dominante en lugar de rebelarse. De modo que, como en la caverna de Platón, amen sus propias cadenas y luchen contra cualquier libertador.

Ha insistido en que con una mano nos dan derechos civiles y con otra nos quitan derechos sociales. ¿En esto consisten las llamadas políticas de la diversidad?

-Los llamados ‘derechos civiles’ hoy en día son, en realidad, ni más ni menos, los derechos del ‘bourgeois’, que Marx había descrito en ‘La cuestión judía’. En otras palabras, son los derechos del consumidor, como diríamos hoy, los derechos del individuo que quiere todos los derechos individuales que puede comprar concretamente. Estoy pensando en los vientres de alquiler, por ejemplo, en la custodia de los niños según el coste del consumidor. Pues bien, hoy estamos asistiendo a un proceso mediante el cual el capital nos quita los derechos sociales, que son derechos vinculados al trabajo, a la vida comunitaria en la polis; anula estos derechos y, en cambio, aumenta los derechos del consumidor, siempre vinculados a un consumo que se lleva a cabo de manera individual, sin cuestionar nunca el orden de la producción y que, de hecho, terminan fortaleciendo el sistema capitalista en lugar de debilitarlo.

Además, crean una especie de microconflictualidad generalizada que actúa como un arma de distracción masiva y, también podríamos decir, como un arma de división masiva permanente. Por un lado, distrae de la contradicción capitalista que ya ni siquiera se menciona, y por otro lado, por así decirlo, divide a las masas en homosexuales y heterosexuales, musulmanes y cristianos, veganos y carnívoros, fascistas y antifascistas, etcétera. Y mientras esto ocurre de manera natural, el capital deja que las personas salgan a la calle por el orgullo gay, por los animales y por todo, pero ¡qué no se atrevan a echarse a las calles para luchar contra la esclavitud de los salarios, contra la precariedad o contra la economía capitalista! De ser así, ahí está la represión, como sucedió en Francia con los chalecos amarillos.

Señala que los lazos estables, representados en el matrimonio, se han convertido hoy en revolucionarios. ¿Por qué? ¿Cómo han cambiado las cosas para que algo radicalmente frecuente en la Historia se convierta hoy en revolucionario? ¿En qué consiste el consumismo erótico?

-El capitalismo actual es flexible y precarizador. Disgrega a toda comunidad humana y quiere ver en todas partes al individuo sin identidad y sin vínculos, al consumidor que entabla relaciones desechables basadas en el consumo. Por eso, el capitalismo hoy ha declarado la guerra a lo que yo, en mi libro ‘Storia e coscienza del precariato. Servi e signori della globalizzazione’ (Bompiani, 2018) llamo las raíces éticas en el sentido hegeliano; es decir, aquellas formas comunitarias de solidaridad que van desde la familia a los organismos públicos como los sindicatos, la escuela, la universidad, hasta completarse en el Estado. Tiene como objetivo romperlas para reducir el mundo a un mercado único, como dijo Alain de Benoist: la sociedad se convierte en un único mercado global. Esta es la razón por la cual hoy en día la reetización de la sociedad, es decir, la revalorización de las raíces éticas en el sentido hegeliano es un gesto revolucionario.

Afirma que hay que recuperar a Gramsci y apartarlo de las izquierdas liberal-libertarias que hoy dominan y que son quienes más lo han utilizado últimamente y que encarnan bien lo que Gramsci combatió. ¿Definiría también, por ir al caso español, a Pablo Iglesias o Íñigo Errejón, y a Podemos en general, como un fenómeno cultural de glorificación del capitalismo globalizado?

-Sí, en lo esencial, Gramsci es todo lo opuesto de lo que está haciendo la izquierda en Italia y en gran parte de Europa, las izquierdas ya no son rojas sino fucsias, ya no son la hoz y el martillo, sino el arcoíris. Luchan por el capital y no por el trabajo, luchan por el cosmopolitismo liberal y no por el internacionalismo de las clases trabajadoras. El caso específico de Podemos en España me parece bastante interesante, porque comenzó como fuerza soberanista y socialista, más allá de la derecha y la izquierda, pero me parece que últimamente está entrando cada vez más en el frente único del partido único del capital, y es realmente una lástima porque el partido Podemos originariamente parecía ser un partido de ruptura.

¿Qué papel debe jugar el intelectual en este escenario?

-En mi opinión, el intelectual de hoy debe restablecer lo que Gramsci llamaba la “conexión sentimental con el pueblo-nación”, es decir, debe volver a conectar el pueblo a la política, a la intelectualidad misma, para que el pueblo salga de la pasividad y se transforme en subjetividad activa, como ya está sucediendo, en la medida en que el pueblo está rebelándose contra la élite cosmopolita. Lo hace votando por el Brexit, lo hace votando por Trump, lo hace votando en Italia contra el referéndum constitucional, lo hace votando en Grecia por el referéndum contra la austeridad de la Unión Europea. Pero el pueblo, dice Gramsci, debe ser ‘interpretado’, necesita de una filología viva, el pueblo es un texto que debe ser interpretado y no dirigido de manera unívoca. Hay que escuchar sus necesidades, sus exigencias, lo que la izquierda hoy no está haciendo; la izquierda es demofóbica, es decir, odia al pueblo, odia al pueblo porque el pueblo se le escapa de las manos, ya no se siente representado por una izquierda amiga del capital y de los amos, en lugar de los trabajadores y del pueblo.

Propone recuperar la utilización del italiano frente al inglés, y además de un italiano bien hablado o escrito. Lo entiende como una batalla cultural imprescindible. ¿Por qué?

-Sí, yo propongo, en contra de la neolengua de los mercados que habla el inglés del ‘spread’, de la ‘spending review’, de la ‘austerity’ y de la ‘governance’, una veterolengua basada en la recuperación del italiano con toda su riqueza, el italiano de Dante y Maquiavelo. Es una batalla cultural de resistencia a la globalización y a ese ‘genocidio cultural’, como lo llamaba Pasolini, que la globalización está llevando a cabo destruyendo las culturas en nombre del único modelo permitido: el consumidor de mercancías, apátrida, posidentitario, que habla el inglés anónimo de los mercados financieros apátridas.

* Fuente: ElConfidencial.com / Traducido al español por Michela Ferrante Lavín.

 

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