El juego de las palabras no tan ingenuas – Parte II – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Continuaré acá, siguiendo la línea de lo ya planteado en la nota anterior, los análisis sobre algunos usos perversos de las palabras –algunas veces por ignorancia, las más de ellas por cipayismo [1]. Para encolumnarnos tras los que no están dispuestos a estos vejámenes, debemos ahora preguntarnos: ¿quiénes son las entidades con capacidad para definir esos riesgos?:

«Esta calificación es la opinión emitida por entidades especializadas en evaluar riesgos, sobre la posibilidad de que un Estado cumpla adecuadamente sus obligaciones financieras. Para ello, se basan en factores como el historial de pagos, la estabilidad política, las condiciones económicas y la voluntad de repagar deudas».

Hasta aquí todo parece muy pulcro y transparente. Ahora demos vuelta la moneda y veamos su otra cara:

«Las agencias de calificación de riesgos son empresas que, por cuenta de un cliente, califican unos determinados productos financieros o activos, ya sean de empresas, estados o gobiernos regionales». Standard & Poor’s (S&P), de los Estados Unidos, es una de ellas, «división de la empresa McGraw-Hill, dedicada a la elaboración y publicación periódica de calificación de riesgos de acciones y bonos, que fija la posición de solvencia de los mismos. Comparte oligopolio con Moody’s y Fitch Group (Estados Unidos)».

Las crisis tienen la cualidad de poder desnudar lo que antes de ella parecía muy ordenado, vistoso y coherente. Eso pasó con la crisis financiera de 2007 en adelante. Ella  puso al descubierto cómo funcionan estas calificadoras:

«Muchos consideran que Standard & Poor’s ha quedado desacreditada para emitir calificaciones erróneas. Concretamente, S&P es acusada de otorgar la categoría mayor, AAA, a grandes porciones de los paquetes de hipotecas basura, conocidos como collateralized debt obligation [2] (CDO). Aquellos inversores, que confiaron en el bajo riesgo que AAA implica, las adquirieron sufriendo después grandes pérdidas».

Si estamos pensando en las palabras vacías, debemos agregar ahora otro modo de ocultar o distorsionar la realidad: la utilización de expresiones técnicas de origen inglés − por ejemplo collateralized debt obligation− o peor aún denominarlas simplemente por su sigla – CDO −. Ese lenguaje oculta bajo un manto de tecnicismos académicos un turbio entramado de negocios fraudulentos. ¿Qué es lo que dicen cuando utilizan esa jerga?

Estas obligaciones de deuda – debt  obligation − constituyen un grupo de activos financieros, equivale a decir, son cantidades de dinero prestado avalados por documentos. Estas deudas, de diverso origen, se las agrupa en partes diferentes (tramos) que conllevan distintos riesgos, en general altos (en otras palabras: casi incobrables). Estos préstamos hipotecarios de alto riesgo disimulan que el valor de mercado de esas obligaciones de deuda garantizadas es bastante más bajo que su valor contable, por el gran riesgo que corre su cobrabilidad.

Sin embargo al ser ofrecidas en las Bolsas de Valores, en paquetes que contienen una promesa de muy buenas utilidades, de difícil cumplimiento pero esto se oculta, se dice que se las colateraliza. Nos remite a otra expresión de terrible significación: daño colateral. Dice la Academia de este tipo de deudas:

«Que se deriva o es consecuencia de otra cosa principal que se pretende válida», es decir no se dice cuál es su origen y cuál es la garantía.  Esa palabra, colaterales, se utiliza para referirse a que no tienen derecho a herencia por no ser herederos directos».

Aparece entonces la verdad de la palabra técnica: lo que no quieren es que se sepa que los compradores de esos paquetes de deuda no tienen derecho a reclamo alguno. ¡Qué maravilla nos ofrece el juego del lenguaje! Esa cantidad de obligaciones de deuda (debt obligation) se convirtieron después del estallido de la crisis financiera en una hipoteca sub-prime, es decir que: «se caracteriza por tener un nivel de riesgo de impago superior a la media del resto de los créditos».

Esa es la explicación del por qué pasaron a denominarse hipotecas basura que desnudaron su verdad. Veamos cómo se definen esas deudas:

«Es una hipoteca de alto riesgo que, por lo general, no cuentan con ningún aval, razón por la cual la probabilidad de que el adquiriente de la hipoteca no pague su deuda, es muy elevada».

En aquellos momentos críticos, como el hundimiento de los bancos islandeses en la crisis financiera en Islandia de 2008-2009: « Standard & Poor’s también les había otorgado la máxima calificación». Cualquier lector ingenuo se puede preguntar: ¿cómo es posible que esas empresas, gigantes globales, con miles de especialistas, puedan cometer tamaños errores? El 29 de septiembre de 2010, el Fondo Monetario Internacional acusó de “contribuir involuntariamente (¡¿?!)” a la inestabilidad financiera a las agencias calificadoras de riesgo: Fitch, Moody’s y Standard & Poor’s por usos y abusos de confianza». El profesor José García Montalvo [3] de la Universidad Pompeu Fabra aclara que:

 «Si la agencia pone una calificación baja a los activos de una multinacional –bancos, financieras, holdings−  que es cliente de ella, la perjudica, por lo que corre el riesgo de no poder cobrar por sus servicios.  Por ello les interesa poner calificación AAA, para no perder el cliente. Antes, estas agencias tienen como clientes a los inversores, y la agencia debía decirles la verdad. El problema es que ahora nadie sabe qué criterio utilizan para calcular la solvencia: cobran por hacerlo, pero no dicen cómo evalúan. Lo que sí sabemos es que en los últimos siete años con esos métodos han seguido cometiendo los mismos graves errores».

Cabría preguntarle al autor de estas líneas: ¿Está seguro que son errores? Ahora aparece algo sorprendente: en general, el hecho de que los calificados sean los mismos clientes que pagan por el servicio, ha llevado a muchos a sospechar sobre la tan publicitada objetividad:

«Mientras a menudo se acusa a las agencias de estar demasiado relacionadas con la dirección de las empresas que son clientes, se ha acusado también a las agencias de emprender burdas tácticas de chantaje para llegar a conquistar nuevos clientes, mediante la disminución de las calificaciones de esas firmas».

Por ejemplo, prestemos atención a esta maniobra de la calificadora de riesgos Moody’s e intentemos comprender la maniobra empleada:

«Publicó una calificación no solicitada de la multinacional alemana de seguros Hannover Rüc. Posteriormente les envió una carta en la que comunicaba que “quedaba a la espera del día en que Hannover se sumara a su lista de clientes”. Cuando la dirección de Hannover se negó, Moody continuó rebajando su calificación durante años sucesivos, y continuaba realizando peticiones de pago que la aseguradora siguió rechazando. En 2004, Moody’s bajó, una vez más, a la calificación de la deuda al estatus de basura y, aunque las otras agencias de calificación le habían otorgado muy buenas calificaciones. Sus accionistas quedaron conmocionados por la degradación y la firma que la llevó a  perder 175 millones de dólares por su desprestigio».

Las grandes y medianas agencias de calificación (incluidas  Moody’s, S&P, Fitch, Japan Credit Ratings, R&I, A.M. Best y otras), hoy en día se basan en un modelo de negocio en el que la mayoría de los ingresos provienen de los pagos de los prestadores de créditos: las propias financieras. Cuando el riesgo define la tasa de interés se entiende cuál es el negocio: a mayor riesgo mayor interés. Queda claro, entonces, por qué un prestamista paga para que se califique como riesgosa la deuda del tomador del crédito: para cobrar más caro por su dinero.

Volvamos a mi propósito inicial de estas notas, que a esta altura puede haber quedado olvidado. ¿Qué tiene que ver todo esto con la comunicación? ¿Qué relación hay entre las finanzas y el valor de las palabras? Veamos otro ejemplo: El señor Carlos Pagni (véase su currículo), columnista del diario La Nación, publicó, en la edición del 5-7-2010, lo siguiente:

«El jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, se quejó ayer ante los diputados de que los diarios presenten la economía argentina como si estuviera peor que la de España. Tiene razón. Los números de la Argentina están, por lejos, mejor que los españoles. Sin embargo, el índice de riesgo de un default de España es de 486 puntos. El de la Argentina, de 1044. El Jefe de Gabinete debe suponer que los mercados están locos».

Sr. Pagni: ¿No será que Abal Medina está denunciando los juegos de delincuentes que hemos visto? El objetivo de estas notas es poner ante la consideración del ciudadano de a pie el juego de las palabras, las intenciones que manifiestan y las que ocultan. El uso y el abuso de los significados y los propósitos posibilitan esconder, mediante el juego de su diversidad nebulosa, significados varios detrás de las palabras. Las palabras no son inocentes creaturas, muchas veces son conceptos  perversos.

[1] Como en la época no había más que uno, se hablaba de quien se arrodillaba ante el imperio norteamericano. Cipayo y cipayismo se referían a la servidumbre de América Latina ante los norteamericanos.

[2] Una obligación garantizada por deuda (en inglés Collateralized Debt Obligation o CDO) es un tipo de producto financiero estructurado y respaldado por otros activos financieros; este tipo de valores fueron desarrollados para los mercados de deuda de grandes empresas, con el tiempo las CDO se ampliaron para incluir también hipotecas y valores respaldados por hipotecas incobrables.

[3] Licenciado en Ciencias Económicas en la Universidad de Valencia, se doctoró en Economía en Harvard;​ es catedrático de Economía Aplicada en la Universitat Pompeu Fabra,​ así como profesor investigador en la Barcelona de posgrado.

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