EE UU – El populismo murió el pasado sábado

Catherine Rampell *

Una buena explicación que demuestra que los vientos de la derecha seguirán manteniendo la misma fuerza por un tiempo más, en el escenario estadounidense, se puede leer en la nota de la autora. La descripción no es muy diferente de Europa y sus repercusiones en América. Es una mirada aguda desde el Norte, pero que no le permite ver otros aspectos en el Sur.

Populismo, R.I.P. (Que en paz descanses)

Se murió en una especie de cumpleaños. Este mes se cumplen diez años desde que la Gran Recesión — y por tanto el movimiento social que desencadenó — viera la luz.

Esta necrológica comienza en diciembre de 2007, cuando la chispa de la crisis financiera creció hasta convertirse en incendio. En la conflagración llegarían a consumirse ocho millones de puestos de trabajo, billones de dólares de riqueza, millones de ejecuciones de hipotecas de viviendas y la mitad del valor del mercado bursátil.

Los trabajadores de más edad y de edad mediana perderían el empleo y la alcancía del cerdito. Los trabajadores más jóvenes quedarían atascados en trayectorias profesionales sin salida, y eso si podían hacerse con alguna, y se quedarían atrás en peldaños de la edad adulta como la propiedad de una vivienda y el matrimonio.

Y millones de niños crecerían viendo a sus padres preocuparse por el dinero. Algunos acabarían preguntándose si la palabra socialismo tenía, al fin y al cabo, tanto de palabrota.

Entre la desilusión con las élites, el resentimiento contra los “bánqsteres” [de “banquero” y “gángster”] y sus llamativos sobresueldos por incentivos, y la furia contra los reguladores que dejaron que pasara la crisis sin que luego hicieran a nadie — pero es que a nadie — verdaderamente responsable, surgió una fiebre populista. Para algunos, este populismo tomó decididamente un compás de izquierdas.

El movimiento Occupy exigió su libra de carne de Wall Street, así como un contrato social enteramente nuevo. Se puede trazar una línea recta entre quienes acamparon en el Parque Zuccotti en 2011 y el movimiento, más amplio, que se movilizó en favor de la atención sanitaria y matrículas universitarias gratuitas, y otras formas de redistribución económica. Muchos otros populistas se inclinaron a la derecha.

Como sus cofrades socialistas, estos populistas odiaban los rescates de Wall Street, pero odiaban todavía más las ayudas financieras destinadas a vecinos suyos indignos de recibirlas. Preguntaban: ¿Por qué habría que cancelar sus hipotecas, cuando mi casa también está bajo el agua? ¿Por qué tienen que darles cupones de alimentos a ellos, con lo que me cuesta a mí llevar la comida a la mesa? ¿Por qué tendrían que recibir atención sanitaria gratuita cuando yo sobrevivo de un cheque a otro?

Muchos llegaron a la conclusión de que la respuestas consistían en alguna versión del “porque no son como yo”.  No se pueden imaginar la cantidad de desempleados que entrevisté durante la recesión y después que le echaban la culpa de su imposibilidad de encontrar trabajo al supuesto favoritismo de sus patronos hacia los jóvenes (si ellos mismos eran mayores) o de los mayores (si eran jóvenes), de los hombres (si eran mujeres), de las mujeres (si eran hombres) y de los no blancos (si eran blancos).

Por supuesto, la principal razón de que estos trabajadores no pudieran encontrar trabajo era que no se podía disponer de empleos suficientes. Cuando la tarta de la economía deja de crecer, se disputa hasta el  pedazo más irrisorio.

Los de la izquierda populista, anti-establishment acabaron por encontrar un salvador en un senador socialista de Vermont. La derecha populista, anti-establishment escogió a un timador multimillonario. Ambos líderes prometieron poner en práctica medidas políticas que recompensaran a sus acólitos y castigaran a los intereses especiales afianzados.

Al final, sólo los de la derecha política se hicieron con un partido político principal y, luego, con el país. Pero, en realidad, ¿qué consiguieron? ¿Lograron enderezar el gran amaño económico, tal como exigían? ¿Un trato justo para la gente buena e íntegra como ellos? ¿Drenar, por fin, el pantano? No.

En lugar de eso, hace una semana, la administración de Trump comenzó a desmantelar la Oficina de Protección Financiera del Consumidor [Consumer Financial Protection Bureau], una creación posterior a la crisis destinada específicamente a proteger al  ciudadano común de estafadores y criaturas del pantano.

Y luego a las tantas de la madrugada del sábado, el Senado aprobó el proyecto de legislación fiscal más plutócrata, retrógrado, más de apaño del sistema, en muchas décadas. Una ley que permite a los multimillonarios dejar su herencia libre de impuestos. Que ofrece una exención fiscal a los propietarios de jets privados y otra a los que envíen a sus hijos a escuelas privadas.

Un anteproyecto de ley que quita literalmente a los pobres para dar a los ricos. No son estas medidas políticas por la que clamaran los populistas, de izquierda o de derecha, y eso se puede ver en los datos de las encuestas. El plan fiscal republicano constituye la legislación fiscal de envergadura más impopular de los últimos cincuenta años, menos popular todavía que el aumento de impuestos de Bill Clinton y George H.W. Bush.

Los republicanos saben lo impopular que es y la verdad es que no les importa. Por el contrario, esperan que la derecha populista quede satisfecha con unos cuantos tuits de provocación racial, con ciertas medidas políticas sobre inmigración, de espíritu mezquino y, ocasionalmente, inconstitucionales, y la satisfacción de tener a un presidente que hace que se enfaden los progresistas. En vez de pan, a los populistas se les dice que han de dar gracias por el circo.

Sí, amigos, el populismo, al menos como fuerza política capaz de extraer concesiones políticas significativas está verdadera, oficial, innegablemente muerto. La hora de su fallecimiento: el sábado, 2 de diciembre, poco antes de las 2 de la mañana.

* Catherine Rampell columnista del diario The Washington Post, trabajó antes para The New York Times como periodista de economía, crítica de teatro y bloguera. Ha sido asimismo comentarista para cadenas como la CBS, la CNBC o la PBS y en emisoras de radio como la National Public Radio.

Fuente: The Washington Post, 4 de diciembre de 2017

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