Desaparecer la desaparición – juego de palabras o manipulación

Por Sergio Friedemann *

Estamos inmersos en tiempos extraños. Durante décadas creímos que la “realidad” era aquello que percibíamos. La posmodernidad lo puso en duda y la convirtió en una fantasmagoría** que puede presentarse o desaparecer, pero que no tiene importancia. Por lo tanto, no es un problema.

El límite de la desaparición es la memoria. Sin la construcción de memorias sociales o colectivas, la desaparición sería perfecta, inconmovible. ¿Sería, por tanto, efectiva? Los negacionistas no quieren negar la desaparición, anulándola. Quieren desaparecer la desaparición para afirmarla y dejarla en el pasado como un hecho trascurrido y ejemplificador.

El gobierno nacional parece empeñado en desaparecer la desaparición de Santiago Maldonado. La palabra “parece” no es casual. El Gobierno sabe que (ya) no puede desaparecer la desaparición. Solo quiere negarla para afirmarla, ya no como reclamo de cierta justicia a ser alcanzada, sino como acontecimiento del pasado que no necesariamente deja de ser justo. La lucha por la memoria de los desaparecidos es la lucha por la actualización de ese pasado en el presente. Siguen desaparecidos, luego el delito continúa. El hecho sigue sucediendo, no es mero pasado.

El gobierno nacional parece empeñado en desaparecer de los establecimientos educativos el tratamiento de la desaparición de Santiago Maldonado. Primero fue la escuela pública, más controlable. Luego fue la universidad, a través de una denuncia que pasó por el Ministerio Público Fiscal, el Ministerio de Educación, el rectorado de la UBA, para arribar finalmente a la Facultad de Filosofía y Letras. Desde lo jurídico, se trata de un claro intento por vulnerar la autonomía universitaria consagrada por la Constitución. Pero no es un avasallamiento centralmente jurídico, sino político y pedagógico. Por ello, más allá de la respuesta legal correspondiente, que bien ha anticipado la facultad, debemos dar el debate respecto de qué significa que la desaparición de personas no deba ser, según nuestros representantes, un tema a tratar en las aulas.

La educación no puede no ser política. No necesariamente partidista o panfletaria. Pero educar es formar al ciudadano: niño, joven y adulto. No da lo mismo que la desaparición de un joven, sucedida tras una represión estatal, sea tratada en las aulas o ignorada como si ello no tuviera que ver con la ciudadanía y los derechos humanos. El intento por desaparecer de las aulas a Santiago Maldonado es la instalación renovada del “algo habrá hecho”. La renovada figura del desaparecido-porque-algo-habrá-hecho, llega una vez más de la mano de la figura del enemigo interno y su conexión internacional: terroristas mapuches, parias antinacionales. ¿Con qué extranjería sería más redituable identificarlos? Si se trata de tocar la sensibilidad del argentino medio, la identificación del enemigo interno con los chilenos o los ingleses no parece casual.

Hoy en la Argentina hay presos políticos. Hay un desaparecido. Se construye la imagen del enemigo interno, del subversivo y del terrorista, con nuevas y viejas palabras. Se persigue al militante en sus lugares de trabajo, se lo estigmatiza. Se equipara toda figura de la otredad al gobierno anterior, al que a veces no se lo nombra. Se reduce todo lo hecho a la figura del robo, de lo apropiado. “Se robaron todo”, no refiere solo a los millones de López. Se robaron todo, todo lo que históricamente perteneció a una reducida élite: la posibilidad de vacacionar, de consumir. “Se creyeron que podían cambiar el celular todos los años”. Se robaron también el control de la moneda. Se robaron nuestra soja. Y los mapuches se quieren robar nuestra tierra, nuestra patria. Son lo mismo. “Se robaron la plata de nuestros impuestos para darles todo a esos negros”. Pero ahora cambiamos. Ya no. Ya nadie roba. Ya nadie nos dice lo que podemos hacer y dejar de hacer. Desaparecer al otro, y negarlo para afirmarlo, vuelve a ser posible.

Vulneran la autonomía, es cierto. Se meten con los docentes. Obstruyen la libre circulación de la palabra y quieren dirigirla. Pero no es simplemente evitar que se hable de Santiago en las aulas lo que buscan estos guardianes del olvido. Lo importante es el acto de repudiarlo, de igualarlo a la política, condenándola. El propósito no es desaparecer a Santiago de las aulas, sino hacer aparecer la figura del otro como enemigo. Lo más trágico no es la violación de la autonomía universitaria por parte del Estado, sino la recepción activa del mensaje por la sociedad. Si un conjunto amplio asume como propia la idea del enemigo interno, entonces hay hegemonía. La heteronomía de pensamiento de cierta ciudadanía que, inmersa en la humareda comunicacional, puede creer como cierta la idea de que la desaparición de Santiago o la persecución política de Milagro Sala son parte del “relato K”: esa es la gran victoria política de la nueva y vieja derecha: a su vez democrática y antidemocrática, consensual y autoritaria, hegemónica y coercitiva.

* Sergio Friedemann – Licenciado y Profesor de Ciencia Política (UBA); Doctor en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA); Becario postdoctoral del CONICET en la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ); Miembro del Programa de Estudios sobre la Universidad Pública del Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA); Docente (UBA y UNAJ)

** Diccionario de la Academia: Técnica que consiste en representar figuras por medio de ilusiones ópticas. Ilusión de los sentidos o figuración vana de la inteligencia. Arte de representar figuras por medio de una ilusión óptica.

Fuente: Página 12 – 6 de octubre de 2017

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