A 10 años de la partida de Néstor Kirchner. Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Amigo lector, me he tomado el atrevimiento de comenzar esta nota contándole una experiencia personal. Yo conocía el apellido Kirchner porque era el de una senadora, por la provincia de Santa Cruz, en unos años en los que el peronismo exhibía una serie de actos muy tristes: haber arriado las tres banderas, haber entregado gran parte el patrimonio nacional, de no haber defendido los derechos de los trabajadores. Durante el tiempo de su mandato ella se convirtió en el látigo con el cual intentaba defender, en soledad, sus convicciones peronistas. Esto le valió, y no se sorprenda, la expulsión del bloque, lo cual no le impidió seguir combatiendo y denunciando.

Poco tiempo después, cuando en el año 2001 se oía en las plazas públicas: “Que se vayan todos”, se pintaba un cuadro social y político de desastre. Era un tiempo en el que un senador-presidente (por la Ley de Acefalía) ofrecía, sin mucha suerte, la candidatura a la presidencia de la República, por el Partido Justicialista, para las elecciones del 27 de abril del 2003. Un largo desfile de posibles candidatos no quiso aceptar tal honor. Yo seguía sin saber nada del compañero de la Senadora a la que seguía atentamente en sus debates. Para quien lee hoy estas líneas le puede sorprender que todas las propuestas se rechazaran, una tras otra. Esto le da a la época un color muy triste, patético. Habla de un país en el que no había quien quisiera hacerse cargo de esa función. ¡Qué país!

Como si fuera un profeta

El politólogo y filósofo, Profesor de la UBA, Nicolás Casullo, publicó una nota en mayo de 2002. Un año antes de que Néstor Kirchner llegara a la presidencia y, antes incluso, de que fuera realmente un candidato. De esa nota dijo, el también filósofo y Profesor de la UBA, Ricardo Forster:

«Pocos y raros son los escritos portadores de una fuerza anticipatoria, más raros todavía los artículos periodísticos que logran proyectar una poderosa intuición que lleva las marcas de lo por venir. No era Nicolás Casullo un pensador inclinado a las profecías… El notable texto pinta el personaje que el gobernador patagónico podría llegar a ser, lo que, en muchos aspectos, realmente fue».

De ese personaje, desconocido para una parte importante del país, El Profesor Nicolás Casullo decía en esa nota:

«Néstor Kirchner representa la nueva versión de un espacio tan legendario y trágico como equívoco en la Argentina: la izquierda peronista. En su rostro anguloso, en su aire desorientado como si hubiese olvidado algo en la mesa del bar, Kirchner busca resucitar esa izquierda sobre la castigada piel de un peronismo casi concluido después del saqueo ideológico, cultural y ético menemista. Convocatoria kirchneriana, por lo tanto, a los espíritus errantes de una vieja ala progresista que hace mucho tiempo pensaba hazañas nacionales y populares de corte mayor».

Para la primera década de este siglo, hablar de izquierda peronista podía sonar como un viejo recuerdo, para muchos de triste memoria, para otros una experiencia que era mejor olvidar. Es evidente que en ese tiempo Casullo se negaba a aceptar su desaparición. Y con olfato de veterano de la política creyó oler en ese hombre casi desconocido, el aroma de un pasado que se resistía a desaparecer. Por ello dice:

«Es fiel a una memoria fuerte del país que ningún peronista “referente” se animó a aludir en la nueva democracia, y también signo de aquellos fatalismos. Larga es la lista de enemigos internos y externos de esa izquierda nacional en el movimiento desde sus inicios hasta hoy: los “cobardes, entreguistas”… “mariscales de la derrota”, antipueblo…, hasta que, finalmente esa extraña ecuación de modernización y renovación justicialista desembocó en el menemismo-liberal…  Les digo a mis amigos que Kirchner es el fantasma de la tendencia revolucionaria que vuelve volando sobre los techos… y sonríen… como si les hablase de una película que no se va a estrenar nuncaEn ese maltrecho peronismo que vendió todas las almas por depósitos bancarios, Kirchner es otra cosa: insiste en dar cuenta de que ésta no fue toda la historia. Que hay una última narración escondida en los mares del sur».

En una entrevista, el Profesor Eduardo Rinesi, Licenciado en Ciencia Política en la Universidad Nacional de Rosario con una Maestría en Ciencias Sociales en FLACSO; doctorado en Filosofía en la Universidad de San Pablo, responde a la siguiente pregunta: ¿Cómo analiza Ud. la irrupción de Néstor Kirchner en el panorama político del país?

«Me parece que fue una sorpresa, una cosa bastante imprevista, que tiró de los distintos hilos que se anudaban en la difícil coyuntura de mitad del 2003 de un modo inesperado, creativo y original… Frente a un contexto en el que nadie proponía nada especialmente diferente ni especialmente osado, Kirchner elige otro camino: recuperar las voces de los actores más movilizados de los años anteriores: los grupos piqueteros, los movimientos de Derechos Humanos, para impulsar a partir de su apoyo a un proyecto de recuperación del mercado interno y, del papel y las responsabilidades, del Estado».

Rinesi rescata una agenda bastante más avanzada que la que ningún otro actor político sostenía, en esos meses de la lenta, y casi imperceptible, salida de la crisis. Subraya la capacidad de Kirchner para administrar esa salida de una manera indudablemente progresista… e impulsó un conjunto de debates y una serie de iniciativas que en general iban siempre en el sentido correcto.

El periodista y analista político Mario Wainfeld escribió un libro que tituló, astutamente, El tipo que supo, una especie de biografía política sobre Néstor Kirchner, a partir de sus varias conversaciones con él. Comenta lo siguiente:

«El día en que murió Néstor Kirchner empecé a pensar este libro: fue un presidente de crisis. Como tal, concitó una aprobación condicionada por las necesidades satisfechas; entre ellas, el anhelo de autoridad, de ver a alguien al timón. Sospecho que fue por eso que ganó terreno con acciones que en su momento parecían apelar sólo a minorías, como cuando ordenó descolgar los cuadros de los dictadores (Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone). O, en general, con su política de derechos humanos».

Agrega que la forma de consenso –extendido y poco pasional, bien pragmático– fue proporcional a los intereses satisfechos de una mayoría silenciosa, más bien quieta… Afirma, con aire de desconsuelo, que la muerte de Néstor Kirchner, lo sorprendió… “recibió el adiós emocionado de decenas o cientos de miles de personas que expresaron a muchísimas otras: Al tipo le hubiera gustado ver esto”. Afirma, por su largo conocimiento personal de tantas entrevistas: «La comunión entre la Plaza y la Rosada –esa fantasía peronista y setentista que tanto lo motivaba– se materializó cabalmente entonces, cuando se fue». Y afirma, cono tono de sorpresa:

«Nunca entreví que moriría envuelto en un fervor popular como el que rodeó a Perón y a Evita. Intuyo que él tampoco se entretuvo en hipótesis tan fúnebres… Ese día triste y revelador me motivó a revisar y reformular lo mucho que había escrito y dicho sobre Kirchner, resignificado por el hecho ineludible de su muerte y por esa despedida que cualquier político popular hubiera envidiado. Ese día me propuse escribir este libro».

El ya citado, Ricardo Forster, escribió una nota, tiempo después el (13-11-2013) que tituló Un nombre para cambiar la historia. Con su estilo profundo de pensador filosófico se formula algunas preguntas:

«¿Qué dice un nombre? ¿Qué de nuevo se guarda en el lenguaje político cuando sobre la escena de una historia desnutrida y avara con sus mejores tradiciones surge el nombre de algo otro y semejante? ¿Es acaso el advenimiento de una nominación, la evidencia de una novedad? ¿Qué misterios se esconden en el interior de una palabra, cuya significación se mueve al compás de lo que cambia en una sociedad, cuando poco y nada se vislumbraba en el horizonte oscurecido, por la impiedad de una época ajena a las grandes reparaciones populares, como lo fue la del último cuarto del siglo XX?… ¿Puede un nombre perturbar tan intensa y decididamente el itinerario de una sociedad hasta dividirla de modo casi irreconciliable despertando demonios dormidos?

Confiesa Forster que estas preguntas le surgen cuando lo que intenta descifrar es el “nombre del kirchnerismo”, su «irradiación incendiaria y su reconfiguración del presente y el pasado». Él intuye que «algo porta ese nombre que no nos deja en paz. Algo insólito para un tiempo crepuscular en el que ya no esperábamos novedades refulgentes, inspiraciones políticas, dominado todo por un pesimismo que parecía irrevocable».

Con plena conciencia de estar inaugurando una nueva época Kirchner extrajo, de una historia de luchas por los más desprotegidos, la palabra conmocionante de Martin Luther King Jr. «I have a dream» (Yo tengo un sueño) cuando habló en 1963 de su deseo de «un futuro en el cual la gente de tez negra y blanca pudiesen coexistir armoniosamente y como iguales». Néstor evocó ese enunciado, cuarenta años después, sabedor del compromiso que asumía, y de los riesgos que asechaban. No quería que fuera un discurso, entre tantos otros, era la expresión de un profundo compromiso frente a un pueblo que había perdido lo fundamental de la vida: la esperanza.

Por eso, cuando se dirigió a ese pueblo en el discurso en el Congreso (25-5-2003), después del desarrollo de su programa de gobierno, terminó con estas palabras, en las cuales reverberaban las pronunciadas cuarenta años antes:

«Vengo a proponerles un sueño: quiero una Argentina unida, quiero una Argentina normal, quiero que seamos un país serio, pero, además, quiero un país más justo. Anhelo que por estos caminos se levante a la faz de la Tierra una nueva y gloriosa Nación: la nuestra. Muchas gracias. ¡Viva la patria!».

Esas palabras se convirtieron en el centro de los análisis que Alberto Fernández propuso en su libro titulado Políticamente Incorrecto, Razones y pasiones de Néstor Kirchner (2011). Allí escribió lo siguiente:

«Cuando llegó el momento de asumir la Presidencia, el 25 de mayo de 2003, Kirchner quiso ser contundente en su mensaje. Tenía la intención de dejar en claro lo que pensaba hacer en el mismo instante en que el pueblo escuchara sus primeras palabras. Nuestra legitimación política –dada la imposibilidad inicial de lograr mayor apoyo en la segunda vuelta electoral– provendría de una buena gestión, correctamente transmitida a la gente. Verificaríamos el acompañamiento ciudadano dos años después, en ocasión de las elecciones parlamentarias… el fin de una etapa política. Recuerdo que ya en la Casa de Gobierno, sentados en mi despacho, una vez concluidas las ceremonias de rigor, le comenté a Kirchner la trascendencia que yo le asignaba a su llegada. Le conté por qué creía que con él asumía una nueva generación política: “Pensá en el 25 de mayo de 1973 –le dije– en aquel año, mientras Cámpora llegaba a la presidencia quiénes eran los dirigentes de entonces… De todos ellos, los actores de la política argentina en las últimas tres décadas, el único que estaba aquel 25 de mayo de 1973 en la Plaza de Mayo con la gente eras vos… Y hoy sos vos el que está en el balcón de la Casa Rosada. Ese es el cambio”. Kirchner me escuchó con atención. Ocultaba su emoción…  –Tal vez sea como vos decís –me concedió perdiendo su mirada más allá de las ventanas (…)».

Hoy, a diez años de su desaparición, nos deja algunas cosas que quise compartir con Ud., amigo lector, como para dar una explicación al por qué yo escribo desde mis recuerdos y sentimientos. Debo asumir la culpa política de mi desconocimiento de esa gran persona que fue el compañero Kirchner, hasta las elecciones del 2003, en realidad un poco antes, durante la campaña electoral, después de haber leído la nota de Casullo de mayo del 2002. Eso terminó de convencerme de que el compañero de la luchadora en el senado era alguien de la misma hechura. Eran dos que se hacían cargo de mantener viva la herencia que nos dejara el General Perón. Ellos eran fieles herederos del compromiso inclaudicable de continuar las tareas de reconstruir la Argentina, en el marco de la liberación de los pueblos de América.